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Antes bien, aplaudiré al poeta como poeta, si impugna con primor y con brío lo que yo crea más santo, aunque yo, pongo por caso, como católico, considere que él, como impío, acabará, en castigo de sus bien rimadas blasfemias, por arder eternamente en lo más profundo del infierno. Así me sucede con el Himno á Satanás, de Carducci.

El secreto tan alto no entendemos; Sabemos pero bien, que nos es sano El mal que muchas veces padecemos, Que son por los pecados cometidos, Los males muchas veces infligidos. El freno, que le pone Dios eterno, Le hace estar á raya; que si fuera En manos del demonio, en el infierno Al humano linaje ya tuviera.

La religión consistía de ordinario en un empleo perfectamente supersticioso de los sacramentos del bautismo y la eucaristía; un temor constante de la actividad del diablo; un uso singularmente mecánico de los formularios; una intensa ansiedad de poseer o de beneficiarse por las reliquias, cuya fácil manufactura debe haber enriquecido a muchos; un temor crónico de la brujería; y una concepción tan literal del purgatorio y del infierno, que su universal fracaso en enmendar o controlar la conducta es una revelación de la inconsecuencia de la moralidad media.

¿Pero ustedes la han arrojado así...? ¿Dónde ha de ir la pobrecilla? preguntó Lázaro, que, á pesar de su agravio, no podía ver con calma que se injuriara y se maltratara de aquel modo á un ser desvalido. ¿Qué yo dónde ha ido? ¡Al infierno! dijo María de la Paz riendo. Señor, ¿es posible que haya tanta infamia en el mundo? ¡Oh!

Es menester para mi eterno reposo que ella me perdone por haber convertido en veneno el bálsamo y su afecto inocente en incentivo vicioso; por haber alimentado con la purísima luz de sus ojos este fuego del infierno que me abrasa y que mancha lo limpio de su imagen que llevo grabada en el alma. A pesar tuyo, Dios mío, a pesar tuyo y en contra tuya, la llevo grabada con rasgos indelebles.

Triunfante, pues, de esta manera de todo el infierno, que contra él se había conjurado, se puso en camino á los nueve de Diciembre; y sabiendo que el contagio hacía por aquel tiempo gran riza en aquella gente, cada momento le parecía un siglo por llegar cuanto antes y poder remediar, ya que no los cuerpos, á lo menos las almas de aquellos miserables.

Esta voz le hizo estremecer: levantó la cabeza, sonrió amargamente y pasando sus brazos alrededor del cuello de la joven mulata, la estrechó contra ; su boca rozaba su mejilla, cuando sus labios encontraron la fatal cicatriz. ¡Infierno! ¡maldición sobre ! exclamó con violencia . ¡Maldita vieja, bruja infernal! ¿quién habrá dicho...?

Envìame del monte consagrado Ayuda con que pueda aquí, sin dolo, Al mundo publicar, en nueva historia, De cosas admirables la memoria. Mas ¡qué digo de Apolo, Dios eterno! A vos solo favor pido y demando. Què mal lo puede dar en el infierno El que en continuo fuego está penando.

-Los gentiles -respondió don Quijote- sin duda están en el infierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, o están en el purgatorio o en el cielo.

Calló Currita, y con la cabeza baja y las manos cruzadas y entornados ojitos, esperó muy devotica el sermón formidable, la peluca tremenda que creía ella iba a venir tras de aquello, seguida de alguna violenta exhortación a la confesión y la penitencia, con algunos toquecitos de llamas del infierno; y luego, más tarde de lo que ella deseaba y con tanto anhelo iba buscando, un generoso ofrecimiento, noble, sincero y amplio... Mas el padre Cifuentes, que había escuchado sin pestañear todo aquel cúmulo de vergüenzas y de horrores, que no había hecho el menor gesto de asombro, de disgusto, de compasión ni de protesta, sacó la tabaquera de cuerno, tomó un polvo y dijo lacónicamente: Haga usted los Ejercicios...