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Quiso entonces penetrar hasta el fondo del pensamiento de miss Maud y dijo: Ese pobre Freneuse, señorita, era un infeliz muchacho que conocíamos el señor de Sorege y yo desde la infancia y cuyas aventuras han sido causa de una gran aflicción para todos los que le tratábamos.

De golpe entraron a la mente de Isidora ideas mil y recuerdos de una época en que la infancia se confundía con la adolescencia, época de tonterías, de miedos, de inocentes confianzas y de lances cuya memoria no siempre es agradable. No acertó a contestar sino con medias palabras.

De vivir hoy, ¡cómo se hubiera indignado la buena señora con las ideas del médico joven que tenemos en Lúzaro! Este médico es hijo de un camarada de mi infancia, del piloto José Mari Recalde.

Por confidencias de Carmen, supo Adriana muchas cosas relativas a Zoraida, que la afirmaron en la suposición de que ésta, realmente, había sido objeto de la imposible pasión y causa del suicidio de su padre. En la infancia Zoraida se había formado un propósito tenaz: ser monja.

¡Qué alegría ha tenido mi pobre madre al verme! Ya estoy instalada en mi querida casita de Rieux, donde he pasado tantos veranos durante mi infancia, pero en estos lugares no se encuentra aquello que en otros tiempos los vivificaba. Al lado de mi madre olvido todas las penas. La pobre está muy desfigurada, efecto sin duda de los disgustos que ha sufrido en viajes y destierros.

Cuando comparo hoy el rostro pálido, flaco y resignado que me llena el alma entera, con esa cara pícara, de mejillas llenas y sonrosadas, que a veces se me aparece, resplandeciente, desde el fondo de mi pequeña infancia, me cuesta trabajo concebir que hayan realmente pertenecido a una sola y misma persona.

Entonces te cansaste de la soledad y pensaste en lo venidero, tu naturaleza tierna ha llamado vagamente y sin darte cuenta de ello, al amor, y como eres de esos hombres en quienes los recuerdos ejercen un poder sin límites, la primera figura que ha aparecido en tus sueños, ha sido la de una amiga de tu infancia.

Se calló. Acababa de ver el estudio de la virgen del bordado y le examinaba con aire cuidadoso. De una ojeada había reconocido el terraplén de la quinta del tío Guichard, en el que había jugado durante toda su infancia. Y en aquella joven inclinada hacia la callejuela y rodeada de follaje, volvía á encontrar á la desposada cuya cara había cambiado Mauricio por un repentino capricho. ¡Una extraña coincidencia, verdaderamente, y muy á propósito para alarmar á Roussel!