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Quería entrar a viva fuerza en casa de Quiñones y llevarse a su hija; quería retorcer el cuello a aquella vil mujer; quería decírselo todo a D. Pedro; quería dar parte al juez y meter en un calabozo a la infame. Afortunadamente sus accesos eran tan violentos como cortos. Vino el abatimiento, el llanto.

Un último movimiento de soberbia la agitó, sin embargo. ¡Soy una infame, es cierto!... Pero que no me condenen los hombres, ¡que me condene Dios!...

¿No vivía Álava en la calle de Amaniel? preguntó el Rey con una mirada que estuvo á punto de turbarle. Si, señor: allí vivía; pero desde algún tiempo se ha mudado á esta otra casa, que es suya también. Por fortuna, las turbas no han podido realizar su infame designio.

«¡Ubi irritatio ibi fluxusiba pensando; es verdad, es verdad... he estado ciego... la mujer siempre es mujer, la más pura... es mujer... y yo fuí un majadero desde el primer día.... Y ahora es tarde... y la perdí por completo. Y ese infame....

Luego le prendieron, pasó en la la cárcel año y medio, salió absuelto y al reclamar el depósito Pepe, se lo negó... Es decir, no negó la devolución, sino lo que es más infame, la entrega. No existía, no podía existir prueba. El infeliz procurador, murió al cabo de unos cuantos meses y Pepe siguió negando a la viuda. Cuanto esta me dijo era verdad.

Aún no habíamos hablado entre las dos, sosegadamente, del suceso que a aquella situación nos había traído; todavía estaba por aclarar qué había de falso y qué de cierto en el contenido del infame papel, y cuál fuera la verdadera importancia de lo último a los ojos de un público avezado a no asombrarse de faltas mucho mayores...

Moriría al pie del cañón, a los pies de su tiple, sobre los escombros de su pasión, de su Zaragoza.... No disparatemos, seamos positivos se dijo. Y se llevó las manos a los bolsillos con gesto de impaciente incertidumbre... ¿Si habría dejado aquellas onzas en casa del infame?... No... estaban allí, en el bolsillo interior del gabán... ¡lo que era el instinto!

¡Ah! vida infame murmuró con un quejido de dolor, ¡cuánto me cuestas! ¡déjame, no quiero nada de ti, te desprecio! la mano me ha temblado, ¡qué cobarde soy!

Así os daré ejemplo para que os mostréis dignos de , para que impidáis que caigan vivas mis mujeres en poder de esa canalla infame, para que no insulten mi cadáver y para que todo, si es posible, sea presa de las llamas.

No, no, si es el Provisor déjele usted que entre, que quiero matarle yo mismo.... ¿Quién llora ahí? Es su hija de usted. ¡Ah grandísima hipocritona, si me levanto, mala pécora! la que mata a su padre de hambre, la que echa cuentas de rosario y pelos en el caldo, la que me echa en las narices el polvo de la sala, la que se va a misa de alba y vuelve a la hora de comer... ¡infame, si me levanto!