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Como el rosal requería todo esto y no se hallaba reunido, he tenido que buscarlo por separado. CREMATURGO. Pues yo no me avengo. No quiero ser mantillo y nada más. ¡Adiós, ingrata! EUMORFO. Tampoco me resigno yo a ser una mariposa ininteligente, sobre todo cuando por amor tuyo me había puesto ya a estudiar filosofía. ¡Adiós infame!

Al dirigirle la última mirada, mi espíritu se recoge en mismo, se alimenta de mismo, y no necesita más... Siento haber nacido en esta infame época. Yo no soy de esta época, no... Desde esta noche mi casa se cerrará como un sepulcro... Valeroso joven, al despedirme de usted para siempre, quiero darle una prueba de mi gratitud. Tampoco dije nada... Lord Gray continuaba delante de .

Stein tomó una luz, salió de su cuarto, pasó a la sala, por la cual comunicaba con la alcoba de su mujer, entró en ella, pisando con las puntas de los pies, se acercó a la cama, entreabrió las cortinas... ¡No había nadie! En un ser tan íntegro, tan confiado como Stein, no era fácil que penetrase de pronto y sin combate la convicción de tan infame engaño.

Yo estoy siempre fuera, y no quiero que durante mi ausencia se convierta esta casa en un infame garito. Clara no podía creer aquellas palabras. Ya sabemos que era poco ducha en contestar cuando el terrible anciano la reprendía. Y esta vez su honor ofendido no encontró tampoco las palabras que en aquella situación convenían.

Lentamente su memoria, con el marasmo luchando, la fué el crímen revelando infame, horrible, cruel; y fiera gritó, en la altura los airados ojos fijos: ¡Malditos sean sus hijos y cuantos vinieren de él!

Todos prestamos oído, y con infinita admiración oímos que el coro de ¡Magdalena! se repetía a la otra parte de la pared, juntamente con el final e infame grito del hibernés. ¡Extraordinario eco! dijo el juez. ¡Extraordinario y remaldito! exclamó el conductor, con desprecio. Sal ya de ahí, Magdalena, y muéstrate en persona de una vez. humana.

Y aun cuando este ardid infame tuviera éxito, aun cuando tuviese la debilidad, que ciertamente no tendré, de entregarle mi persona, y lo que le importa más, mi fortuna, en cambio de ese bello rasgo de astucia, ¿qué especie de hombre es usted? Dígame, ¿de qué fango ha salido, para querer una fortuna y una mujer adquiridos á ese precio? ¡Ah! hasta gracias debe darme de que no acceda á sus deseos.

Quintanar se levantó, apuntó, disparó y cuatro tordos de agua cayeron heridos por los perdigones que, según pensó en aquel instante don Víctor, debía tener en los sesos el amigo traidor, el infame don Álvaro.

Ni los jueces, ni los jurados, ni mi abogado mismo, vieron lo que era imposible sospechar, aquel lazo infame en que era cogido un inocente.

Lo verdaderamente infame es que se había valido de su nombre para estafar una porción de dinero a algunos amigos: al cura de San Ginés sesenta duros, al capellán de las Adoratrices cuarenta y cinco, al excusador de San Millán diez y seis, etc., etc. Iba pidiendo estas cantidades como si fuesen para D. Jeremías.