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¿Y no ha tenido usted ningún contratiempo en el camino? Ninguno. Aquí hay algunos papeles que hay que entregar al rey. ¿Quiere usted entregarlos o que se los entregue yo? No tengo más encargo que dar estos sobres y, si hay contestación, volverla a Bayona. ¿No es usted carlista? preguntó el general, sorprendido del tono de indiferencia de Martín. Vivo en Francia y soy comerciante.

Si no creo, mi incredulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo insensato, no destruyen la realidad de los hechos: si existe otro mundo donde se reservan premios al bueno, y castigos al malo, no dejará ciertamente de existir porque á me plazca el negarlo; y ademas esta caprichosa negativa no mejorará el destino que segun las leyes eternas me haya de caber.

El español, después de aquella fiebre religiosa que casi le produjo la muerte, vive en una indiferencia interna, no por reflexión científica, sino por debilidad de pensamiento. Sabe que irá al cielo o al infierno; lo cree así porque se lo han enseñado; pero se deja llevar por la corriente de la vida, sin esfuerzo alguno por escoger un sitio u otro.

Dábase cuenta de la debilidad artística de Eichelberger, seguía con mirada dolorosa su descenso, reconocía la razón de aquella indiferencia creciente que rodeaba su nombre. Por desesperación o por ansia de consuelo, él se entregaba cada vez con mayor tenacidad a su vicio predilecto. Bebía sin recato, olvidado ya de los miramientos que había tenido con ella en los primeros meses de matrimonio.

En uno y otro caso, el efecto moral es inspirar una desastrosa indiferencia por el aspecto general de los intereses de la humanidad. No menos que a la solidez, daña esa influencia dispersiva a la estética de la estructura social.

No discuto sus razones, Elena; aunque sospecho que fue su indiferencia de usted lo que les dio tanta fuerza. Me callé y no revelé ni por una seña mis verdaderos sentimientos. Si hablo de esto continuó, puede usted creer que no es para que lamente mi suerte, que es más bien grotesca. ¿Por qué? Porque es ridículo ser engañado. ¿Cómo no serlo cuando se ama?

¡Al fin! dijo el joven, al fin ha llegado el momento que yo esperaba con tanta impaciencia. ¡Tengo tantas cosas que decirle! ¿No quiere usted escucharme? No me mire con ese aire de altiva indiferencia; usted sabe bien que yo la amo. ¿Recuerda sus palabras, cuando me marché de Etretat? «En París, le diré si usted debe esperar...» Ya estamos en París, puede, pues, contestarme.

Y despues de despedirse de su amigooó se alejó tosiendo y haciendo sonar sus pesos. Camaroncocido, con su indiferencia de siempre, continuó vagando acá y allá con la pierna á cuestas y la mirada soñolienta. Llamaron su atencion la llegada de fisonomías estrañas, venidas de diferentes puntos y que se hacían señas con un guiño, una tos.

Vivía inquieto, nervioso, y en sus palabras y ademanes notábase cierto tono de grandeza, sin duda por la costumbre adquirida de hablar de millones y más millones con tanto desprecio como si fuesen pañuelos de dos pesetas docena. Las cosas de la tienda tratábalas ahora con indiferencia, como asuntos sin importancia, dignos sólo de una capacidad vulgar.

Era el tiburón, boca con aletas, intestino natatorio, que traga con indiferencia muertos y vivos, carnes y maderos, limpiando las aguas de vida, dejando la soledad detrás de su coleo. Este destructor sólo elaboraba en sus entrañas un tiburón único, que nacía armado y feroz, dispuesto desde el primer momento á continuar las hazañas paternas, como un heredero feudal.