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El tiempo mejoraba; la marea comenzaba a subir; las olas verdes y mansas iban cubriendo las rocas, y avanzaban cada vez más cerca de nosotros; el agua entraba por las aberturas de la proa del Stella Maris, se tendía por el plano inclinado de la cubierta y se retiraba con un suave murmullo.

Esto satisfacía su deseo de no comprometerle, y al mismo tiempo la condición de su temperamento, inclinado siempre al misterio. Determinó que fuese de noche: sorprender al excusador en su cuarto, gozar unos momentos de afectuosa expansión y marcharse al instante. Señaló, por fin, el día.

Para Gabriel, no era esto un descubrimiento. Desde pequeño conocía aquella imagen de mujer hermosa y sensual, con sonrisa mundana, el cuerpo inclinado, la cadera saliente, y en los ojos una expresión de alegría retozona, como si fuese a bailar. El niño, en sus brazos, también reía, y echaba mano al rebocillo de la hermosa como si quisiera descubrirla el pecho.

Mi espíritu muy inclinado á las contradicciones, si bien más aparentes que reales, me ha llevado á decir cuanto va dicho, sobrado extensamente si se mira al objeto que hoy me mueve á escribir, y me lleva en seguida á añadir algo que parece diametralmente opuesto.

Sus ojos, rehusando ver la realidad, miraban en su interior el cuadro que su imaginación inquieta les presentaba. En lugar de aquella sala de teatro, donde florecían hermosas mujeres entre terciopelo rojo, oro y brillantes, tenía la percepción de un cuarto sombrío, de la cama de su padre y bajo la luz velada de la lámpara, inclinado sobre un montón de papeles, de un rostro grave y pensativo.

Escucha, Jarifa mía: Llegó a Cartama Celindo Con tu carta, cuando estaba El sol inclinado al Sur, Pardo y triste, y no sin causa. Leíla, beséla, y dile Albricias de mi esperanza, Que se perdió en el ausencia Después de llena de canas. Vestíme, hermosa señora, Colores, plumas y galas; Que un alegre pensamiento Con todas tres se declara.

Tan sólo Paco Luján, inclinado sobre su pupitre, aunque sin ocuparse mucho del libro que tenía delante, limitábase a seguir a veces con la vista el vuelo de las palomas mensajeras, sonriendo benévolamente, pero sin tomar parte en el clandestino entretenimiento.

El capitán Van-Stael había hecho botar al agua una gran chalupa, y se había embarcado en ella en compañía del viejo Van-Horn, de Hans y de Cornelio. Inclinado hacia el mar, se había puesto a observar el agua con gran atención, explorando el fondo de la bahía, que se distinguía perfectamente.

En ella les manifestaba que no se sentía llamado por Dios a la carrera eclesiástica, y que antes de ser un mal sacerdote prefería aprender el oficio de su padre o embarcarse para América. Terminaba suplicándoles con palabras fervorosas que le permitiesen cambiar la Teología por el Derecho, hacia el cual se creía inclinado, y con esto no daría tan gran disgusto a su padre.

¡Atención...! ¡Marchen! dijo Gabriel, obedeciendo a una señal exterior. Y el carro sagrado comenzó a moverse con lentitud por el plano inclinado de madera que cubría los peldaños del altar mayor. Al pasar la verja hubo que detenerse.