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En otros momentos gemía y se mordía las uñas, conteniendo su furor... Catalina, como se diese cuenta, con su instinto de mujer, que el mono nunca se atrevía a atacarla, continuaba el amaestramiento impávida y decidida... En un momento en que, después de varias equivocaciones del discípulo y de los consiguientes golpes de la maestra, Cónsul se clavaba las garras en los muslos para desahogar su furia, entró el sirviente con un plato en las manos... No bien lo vio, abalanzose el enfurecido animal sobre él como dispuesto a matarlo... Un grito a tiempo de Catalina lo contuvo, y el criado pudo retirarse bien librado, a costa de unos pocos rasguños.

Bajando por la impávida eminencia, desde incógnitas fuentes, rueda la gota de agua. En la confluencia donde se unen arroyos y torrentes, con su ritmo triunfal de excelsas notas o de ondas desatadas se entremezclan mil gotas con mil gotas hasta formar ciclópeas cascadas...

Juan estaba pendiente de sus labios. Cristeta suspiró; luego guardó silencio en larga pausa, mirándole fríamente, mostrándole impávida el azul profundo de sus ojos; se pasó la lengua húmeda por los labios secos, y muy despacio, levantando una mano y posándosela en el hombro, le dijo con melancólica solemnidad, al mismo tiempo que dejaba caer ruborosa los párpados de larguísimas pestañas.

«Haz lo que debas y suceda lo que sucedaAsí terminó el cura los consejos paternales que le dió, para que siguiese impávida en la senda de la virtud. Á los pocos días, habiendo salido Varmen al olivar para buscar una gallina que se había extraviado, se presentó de repente á su vista el guarda. ¿Huyes? le dijo su perseguidor. ¡Huyes de , porque te acusa la conciencia!

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.

Ya te he dado la escarcela, Roger, continuó impávida la baronesa, para evitar que tu señor se quede sin blanca desde los primeros días de marcha. Mucho cuidado con el dinero. Los borceguíes bordados de oro son exclusivamente para el día que el barón se presente á nuestro gracioso soberano, ó al príncipe su heredero, y para las reuniones de los nobles.

Vamos, niña dice la madre, robusta e impávida matrona, a quien nadie oprime nada, y cuya despedida no es la primera ni la última, ¿a qué vienen esos llantos? No parece sino que nos vamos del mundo. Un militar que va solo examina curiosamente las compañeras de viaje; en su aire determinado se conoce que ha viajado y que conoce a fondo todas las ventajas de la presión de una diligencia.

Tampoco fue lo grave la estocada porque pusiera en riesgo de muerte al príncipe ruso, pues no llegó tan adentro «la acerada punta», sino por el ruido que hizo y lo que dio que hablar a las gentes, y que temer a la impávida Leticia, y que hacer a la misma Verónica para ayudar a su amiga a convencer al subsecretario de que ciertos sucesos, aunque se vean con los ojos y se palpen con las manos, no son lo que aparentan, sino quimeras de la imaginación ofuscada.

¡Bendita sea! dijo el célebre torero, tirando al suelo y extendiendo la capa, para que sirviese de alfombra a María ; ¡bendita sea esa garganta de cristal, capaz de hacer morir de envidia a todos los ruiseñores del mes de mayo! Y esos ojos añadió otro que hieren a más cristianos que todos los puñales de Albacete. María pasó tan impávida y desdeñosa como siempre.

Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.