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Encomendándose mentalmente a Dios, hizo propósito firme de no perderse con una exhibición imprudente ni envilecerse con cobarde fuga. A su lado pasó despavorido el Hermano Fermín Barba, que huía de los sicarios. Gracián no se animó a seguirle ni se atrevió a detenerle.

Al volver, su mujer estaba sentada en la cama. ¡Es decir, que temes que te la robe! ¡Qué soy una ladrona! No mires así... Has sido imprudente, nada más. ¡Ah! ¡Y a ti te lo confían! ¡A ti, a ti! ¡Y cuando tu mujer te pide un poco de halago, y quiere... me llamas ladrona a ! ¡Infame! Se durmió al fin. Pero Kassim no durmió.

El referido empresario venía a su lado, sosteniéndolo a cada vaivén, interponiéndose entre su armonioso cuerpo y el agua imprudente que penetraba sin reparo, mensajera del resfrío. ¡Cuál no sería mi sorpresa al reconocer en el melodioso artista, que se dejaba cuidar con un aplomo regio, a nuestro antiguo conocido el tenor Abrugnedo!

Si alguna circunstancia quedaba aún oscurecida, fuera del alcance de una amistad que aparte un secreto inmenso, no tenía ninguno, era porque Magdalena consideraba la explicación inútil o imprudente. Había entre nosotros un punto delicado, unas veces en la duda y otras en plena certeza, que, al igual que todas las verdades peligrosas, exigía no ser aclarado.

Por orgullo había desdeñado la riqueza, las galas, los deleites y los triunfos que a pesar de la impureza de su origen, hubiera ella podido lograr en el mundo. Sin embargo, yo cavilo mucho y de vez en cuando hago suposiciones y consideraciones que rebajan el mérito de Lucía y con las cuales también me culpo y miro mi desgracia como natural resultado de mi imprudente necedad.

Körner, Marta, Sebastián y el tío aconsejaron a Emma que cuanto antes se echase al agua. Minghetti vencía. Se buscó una carretela de buenos muelles, se encargó que fuera al paso, y el matrimonio y Eufemia se fueron a la orilla del mar. Emma quería sentir algo extraño con el movimiento del coche; esperaba de aquel viaje imprudente una especie de milagro... natural.

La joven me miraba ardientemente y sus labios se estremecieron; pero no dijo nada. ¿No me cree usted? añadí con insistencia. Elena hizo con la cabeza un gesto indeciso y triste. ¿Será posible exclamé, que alguien haya cometido la imprudente crueldad de hablar a usted mal de su padre? ¿Qué se han atrevido a decir a usted? Nada... pero me han enseñado a temerlo.

No es más que un rasguño dije, pero... y me detuve. Tarlein se puso en pie con expresión de profundo asombro en el rostro. Tomó mi mano, me miró atentamente y de repente retrocedió un paso. ¡Pero, el Rey! ¿Dónde está el Rey? gritó. ¡Silencio, imprudente! dijo Sarto. No tan alto. Este es el Rey. Oímos llamar a la puerta. Sarto asió mi mano ¡Pronto, a su cámara! ¡Fuera esa gorra y esas botas!

Al principio, una contrariedad profunda, un verdadero pánico doméstico se apoderó de su espíritu ante la ocupación inesperada de su vivienda, y perdió mucho tiempo buscando y rebuscando en su memoria el involuntario ademán o la frase imprudente que hubieran podido provocarla. Sólo para él mismo era obscura la razón.

Poco me costó que hablase. Era parlanchina, locuaz, imprudente, de lengua demasiado suelta, culpas atenuadas por el afán de contar la caída desde una posición acomodada hasta la más dura pobreza: pero en el fondo de su palabrería y su exceso de charla latía algo terrible. ¡Mi marido había robado al suyo veintidós mil duros! La historia es sencillísima. Su esposo era procurador.