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Un día le quitaron de la tartera el almuerzo, sustituyendo la tortilla con polvos de imprenta.

El barrio de los notarios viejos, como aquel excelente y parroquial señor García, que, después de comprarle algunas biblias a Borrow, le dijo: Si alguna vez tiene usted ocasión de hablar de en letras de imprenta, no deje usted de hacerlo. Ya sabe mi nombre y mis títulos: Señor García, notario público de Pontevedra...

Así, por ejemplo, Manzoni y Leopardi en Italia, y aun en nuestra pobre y hoy desdeñada España el glorioso cantor de la imprenta y del levantamiento de las provincias españolas. Como quiera que ello sea, y con el debido y más profundo respeto a los personajes literarios y científicos que el Sr.

Desde que, recién salido de las aulas, entregué mis primeras cuartillas a la imprenta, vi claramente que no era ésa la vía para lograr los halagos de la vanidad ni los regalos del cuerpo. Nuestra nación se halla desde hace algunos años con disposición indiferente, más bien hostil, hacia todas las manifestaciones del espíritu.

Toda la importancia de Mayenza, bajo el punto de vista de la historia y la filosofía social, se resume en dos palabras: fortificaciones é imprenta, que representan el genio destructor de la guerra ó los conquistadores, y el genio creador de Guttemberg, ese divino conquistador de la soberanía perdurable del pensamiento.

Un caballero, amigo de Millán, prometió después interesarse para que fuese destinado al batallón de escribientes o a la imprenta del Ministerio de la Guerra, pues lo principal era evitar que saliera de Madrid, propósito difícil de conseguir durante aquellos días, en que los poderes públicos se veían obligados a echar mano de todos los cuerpos e institutos militares para combatir la insurrección carlista, que ya merecía el maldito nombre de guerra civil.

Ocupaba la imprenta destinada a romances y aleluyas la peor y más lóbrega parte. Todo allí era viejo, primitivo y mohoso. La máquina, sonando como una desgranadora de maíz, tenía quejidos de herido y convulsiones de epiléptico.

Hubo una persona a quien no tuvo el valor de confesar que trabajaba en la imprenta de Millán, y esa persona fue su novia, la señorita de coche, como la llamaba Leocadia.

Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aún diarios, y la imprenta es una industria que no ha podido arraigarse allí.

Buscáronse, en ayunas y en chancletas, como estaban; halláronse, reuniéronse y deliberaron. ¿Qué hacer? Romperle la crisma. En eso convinieron todos, sin discusión; pero ¿y después? Arrancarle una declaración y dar ellos un manifiesto; pero faltaba la imprenta para propagarle con la abundancia y la rapidez que la urgencia del caso pedía...