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La sombra que le envolvía al pensar esto era una imagen de su existencia. ¡Todo negro! ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?... Y como si su propia desgracia no le bastase, el amor había unido a él una infeliz, cuyo único delito era quererle y admirarle; la había colgado de su brazo para que marchase con más dificultad, tropezando a cada paso, tirando penosamente de esta compañera, que al principio era la alegría y se trocaba poco a poco en una cadena que arrastraba tras él, impidiéndole avanzar.

En aquella escuela de acento y de prosodia siguió el niño atando cabos, y un día, después de una larga conversación con don Joselito, en que el maldito enano tanteó todo lo que podía esperar su codicia de aquel ánimo generoso si conseguía iniciarle de una vez y guiarle más tarde por los laberintos del vicio, el niño ató el último cabo... Desde entonces varió de carácter; había visto más de lo que esperaba ver, y una gran vergüenza clara ya y distinta, y un odio feroz, implacable y reconcentrado, nacieron a la vez en su corazón, impidiéndole aquella levantar los ojos delante del último lacayo, haciéndole este afilar en silencio el puñal de su rencor, para cuando él fuera hombre, para cuando él mandara en su casa...

El corazón quedó un tanto sosegado, pero en cambio todos los músculos o tendones de la atribulada señora empezaron a contraerse con fuertes dolores, impidiéndole por algunos meses servirse en absoluto de sus miembros, dejándola reducida al cabo, como gran mejoría, a caminar apoyada en su marido o en una de sus hijas.

Crespo, que acude á sus gritos de angustia, se empeña vanamente en socorrerla; lo desarman los soldados que acompañan á Don Alvaro, y lo atan con cuerdas á un árbol, impidiéndole moverse á pesar de sus esfuerzos; su hijo, que se proponía justamente seguir á las tropas, corre también detrás de los raptores; pero cuando los alcanza, al romper el día, es ya tarde para salvar el honor de su desdichada hermana, y sólo le queda el recurso de vengarse.

Se proponía solicitar para él, más adelante, aquel marquesado rancio y glorioso de San Dionisio que estaba sin sucesión desde la muerte de su famoso tío Torreroel. Don Pablo, al dejar el teléfono, saludó a Fermín, impidiéndole con un ademán que abandonase su asiento.

Se sube, se baja, se vuelve a subir, y a cada momento una nueva perspectiva se presenta a la mirada. Todo ese camino de La Guayra a Caracas está regado por sangre venezolana, derramada alguna en la larga lucha de la independencia, pero la más en las terribles guerras civiles que han asolado ese hermoso país, impidiéndole tomar el puesto que corresponde a la extraordinaria riqueza de su suelo.

Por espacio de más de tres siglos con una perseverancia que sorprende, los exploradores no cejaron. La lista de los mártires de la codicia es grande. El primero de ellos, Cabot, debió su salvación á habérsele sublevado su tripulación, impidiéndole pasar adelante; Brentz muere de frío, y Willoughby, de hambre. Cortereal pereció con todo lo que llevaba.

Ha distinguido, es verdad, el órden sensible del inteligible; ha reconocido dos facultades primitivas en nuestra alma, sensibilidad y entendimiento; ha señalado la línea que las separa, encargando con solicitud que no se la borre jamás; pero en cambio, ha reducido el mundo sensible á un conjunto de puros fenómenos, explicando el espacio de tal manera, que es muy difícil evitar el idealismo de Berkeley; y por otra parte, ha circunvalado el entendimiento, impidiéndole toda comunicacion que se extienda mas allá de la experiencia sensible, reduciendo todos los elementos que en él se encuentran á formas vacías que á nada conducen cuando se las quiere aplicar á lo no sensible, que nada pueden decirnos sobre los grandes problemas ontológicos, psicológicos y cosmológicos; esos problemas, objeto de las meditaciones de los mas profundos metafísicos, y en cuya resolucion han vertido un caudal de doctrinas sublimes, justo título de noble orgullo para el espíritu humano, que conoce la dignidad de su naturaleza, que demuestra su alto orígen, y columbra la inmensidad de su destino.

Rafael levantó la cabeza y vio vacía la tribuna diplomática. Aún creyó distinguir en su lóbrego fondo las grandes plumas del sombrero. Salió del banco apresuradamente y se lanzó al pasillo, donde le detuvieron muchos para felicitarle. Ninguno le había oído, pero todos le daban la enhorabuena, le estrechaban la mano, impidiéndole avanzar.

Así, o con mayor fuerza, lanzaba de mi espíritu todo el peso del universo y de la hermosura creada, que se le ponía encima y le aprisionaba impidiéndole volar a Dios, como a su centro.