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Imagináos qué haría Facundo en un terreno intransitable contra seiscientos infantes, una batería formidable de artillería y mil caballos por delante. ¿No es éste el convite del oso a la garza?

El astro que había sustituído al sol, diríase que era su catafalco, su iluminado túmulo, su capella ardente. Imaginaos un cielo sombrío, y en medio de él una gran placa negra y de oro, una enorme estrella esmaltada..... ¡Yo no cómo os lo diga!..... Imaginaos el disco de la Luna, negro como el azabache, y en torno suyo una orla de lumbre formada por la irradiación del sol, que está detrás.

Pero imaginaos dos seres que se han elegido antes de unirse, que se conocen bien, que se estiman, en fin, que se aman, y pensad cuánto debe añadir a su felicidad la certidumbre de su duración sin fin. Es un camino encantado el que siguen aquellos dos seres. Viendo con arrobamiento que se pierde en los horizontes sin límites donde el cielo se confunde con la tierra... ¿Os fastidio, señora?

Imagináos los Andes cubiertos de un manto verdinegro de vegetación colosal, dejando escapar por debajo de la orla de este vestido doce ríos que corren a distancias iguales en dirección paralela, hasta que empiezan a inclinarse todos hacia un rumbo y forman, reunidos, un canal navegable que se aventura en el corazón de la América.

Este hijo de la Auvernia contaba veinticuatro o veinticinco años de edad, y poseía la constitución de un verdadero Hércules: alto, grueso, rechoncho, colorado; fuerte como un buey de labor, dulce y fácil de conducir como un corderillo blanco. Imaginaos un hombre fabricado de la pasta mejor, al par que la más grosera.

Tan no causó impresión en Buenos Aires, que Rosas no se ha atrevido a tocar nada de lo acordado entonces, y es preciso que sea un absurdo inconcebible aquello que Rosas no intente. En las provincias, empero, ésta fué una cuestión de religión, de salvación y condenación eterna. ¡Imagináos cómo la recibiría Córdoba! En Córdoba se levantó una inquisición.

Peor todavía dijo Bryce . Imaginaos que yo me había comprometido a comprarle el caballo por ciento veinte libras esterlinas, un precio loco, pero siempre me había gustado ese caballo. ¡Y no va y lo ensarta! ¡Precipitarse por encima de una cerca en que había postes de hierro, en la cima de su talud que tenía un foso delante! Hacía mucho tiempo que el caballo estaba muerto cuando se lo descubrió.

Imaginaos aquella amplia cocina con la gente a punto de acabar sus tareas, antes de marcharse a acostar; el enorme puchero negro, lleno de remolacha y patatas destinadas al ganado, humeando sobre un inmenso fuego de leña que se consumía formando tulipanes de oro y púrpura; los platos, las escudillas y las soperas reluciendo como soles en el vasar; las ristras de ajos y de cebollas bermejas colgadas en hilera de las obscuras vigas del techo, entre los jamones y las lonjas de tocino; Juana, con su papalina azul y su faldilla roja, agitando lo que contenía el puchero con un cucharón de madera; los jaulones de mimbres, en los que cacarean las gallinas con el rubio gallo, que pasa la cabeza entre los barrotes y mira la llama con ojo interrogante y la cresta caída encima de la oreja; el dogo Michel, de cabeza aplastada e hinchados carrillos, husmeando una escudilla olvidada; Dubourg, bajando la obscura escalera que cruje, a la izquierda, inclinado hacia adelante, con un saco sobre el hombro y el brazo arqueado, apoyado en la cadera, mientras que fuera, en medio de la negra noche, el anciano Duchêne, de pie en el carro, levanta la linterna y grita: «Este hace quince, Dubourg; faltan todavía dosTambién se ven, colgados de la pared, una liebre vieja y rubia, traída por el cazador Heinrich para venderla en el mercado, y un hermoso gallo, cuyas plumas tenían visos verdes y rojos, con el ojo empañado y una gota de sangre en la punta del pico.

Imaginaos una especie de ronda mágica en tres actos y cuyo éxito fuera creciendo de cuadro en cuadro: 1.º Paseo a caballo por la mañana, a las diez, en el Bosque, con dos maravillosos grooms traídos de América; 2.º Paseo a pie, a las seis, en la avenida de las Acacias; 3.º Aparición en la Opera, a eso de las diez, en el palco de madama Norton.

Imagináos la posición de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientos indispensables para triunfar. Un baqueano encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva: él sabe a qué aguada remota conduce; si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de cien leguas, él las conoce todas, sabe de dónde vienen y adónde van.