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El espectáculo que ofrecía la plaza era precioso; los techos enteramente blancos; todas las líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones perfilados con purísimas líneas de nieve; los árboles ostentando cuajarones que parecían de algodón, y el Rey Felipe III con pelliza de armiño y gorro de dormir.

Nunca había reunido el Emperador una flota tan imponente. Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia. El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado desgracias por lo avanzado de la estación.

En un manuscrito, perteneciente á D. Pascual Gayangos, obra de un morisco del tiempo de Felipe III, y que contiene reflexiones morales interpoladas con narraciones, se habla en una de éstas de la representación de dicha comedia, á la cual asistió el autor.

«¡Eh!... coja... galápago, vuelve acá y verás qué morrazo te doy... ¡Qué facha!, cañamón, pata y media...». iii La faz napoleónica, lívida y con la melena suelta, volvió a asomar en la reja a la caída de la tarde.

¡No, no querrá Dios!-dijo de una manera profunda el tío Manolillo ; no pensemos en eso. Me voy y te dejo solo, Felipe; pero cuidado con que te metas con mi Dorotea, porque... ¿Por qué? Porque me volveré loco, tendrás que hacer de Lerma tu bufón, y su excelencia te divertiría muy poco: adiós. Y el tío Manolillo salió, dejando sólo en su cámara á Felipe III.

El caballero daba en la puerta unos golpecitos con el puño del bastón; oíase una voz que decía: «Espera...» Don Juan quedó profundamente dormido. Capítulo III Donde el autor dice quién es la mujer bonita

CAP. III. Como llegamos

Es cierto que la mayor parte de las cosas han retrogradado en estos últimos treinta años. El país periclita desde que nuestro rey Jorge III cayó enfermo. Pero cuando miro a la señorita Nancy, aquí presente, comienzo a creer que las jóvenes conservan sus encantos.

La duquesa de Gandía se inclinó profundamente y salió. Apenas se retiró, la reina salió del dormitorio, y cerró la puerta de su recámara, volviendo otra vez junto al rey. Felipe III y Margarita de Austria estaban solos mirándose frente á frente.

Escritas por Antonio Pérez, Secretario de Estado que fué del Rey Católico D. Felipe, segundo de este nombre, para el uso del Duque de Lerma, gran privado del Señor Rey D. Felipe III: Madrid, 1778, en 8.º»