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12 Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá fuera; y escribiré sobre él el Nombre de mi Dios, y el nombre de la Ciudad de mi Dios, que es la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo de con mi Dios, y mi Nombre nuevo. 13 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

Los caserones solariegos están abandonados; las iglesias se han venido a tierra, y las fuentes, en esta decadencia abrumadora, se han cegado y han desaparecido... El viejo llena sus cántaros en el menguado caño. ¿A cómo venden ustedes el agua? le pregunto. A patacón la carga me contesta. A diez céntimos dice otro viejo.

29 y hablaba confiadamente en el Nombre del Señor; y disputaba con los griegos; pero ellos procuraban matarle. 30 Lo cual, cuando los hermanos entendieron, le acompañaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso. 31 Las Iglesias entonces tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y eran edificadas, andando en el temor del Señor; y con consuelo del Espíritu Santo eran multiplicadas.

Verdad que Madrid apenas tenía elementos de defensa contra esta invasión, porque las iglesias de esta villa, además de muy sucias, son verdaderos adefesios como arte. Así es que no podemos alzar mucho el gallo.

En los mercados y ferias, que se celebraban en todas las poblaciones de alguna importancia, no sólo concurrían en busca de diversiones compradores y vendedores, sino curiosos innumerables, puesto que en ellas, como en las consagraciones de las iglesias, en las bodas, etc., nunca faltaban entretenimientos y fiestas de todo género.

Otros hicieron una grande hoguera con los carros y la paja. Las alhajas de las imágenes y la plata de las iglesias están todas enterradas, porque esto parece que es lo que más les abre el ojo a esos señores. Así estaban ellos de rabiosos cuando vieron que no sacaban de aquí gran cosa.

La guerra tiene igualmente sus cosas buenas... Pero con el deseo de que no se perdiesen las buenas costumbres, anunció que subiría una vez más por la escalera de servicio para llevarse un cesto de botellas... Doña Luisa, después de la marcha de su hermana, iba sola á las iglesias, hasta que de pronto se vió con una compañera inesperada. Mamá, voy con usted...

Doña Elvira acogía con una sonrisa traidora su charla incesante en un español trabajoso; los gritos de asombro que le arrancaba el haber visto tantas iglesias, tantos frailes y curas, tantos mendigos, los campos cultivados como en los tiempos prehistóricos, las costumbres bárbaras y pintorescas, las plazas de ciertas poblaciones llenas de hombres con los brazos cruzados y el cigarrillo en la boca, esperando que fuesen a alquilarles.

El fresco olor de las algas marinas, el canto de los marineros que despliegan las amplias velas grises aun húmedas por el relente de la noche, el toque de las campanas de las iglesias, el relincho de los caballos que saltan lanzándose hacia las verdes praderas que se extienden detrás de la ciudad... todo, en fin, es música, perfume y luz.

No señor, no señor, gritó don Custodio picado y poniéndose colorado: los edificios están levantados y solo esperan que se los utilice. Higiénicos, inmejorables, espaciosos... Los frailes se miraron con cierta inquietud. ¿Propondría don Custodio que se convirtiesen en escuelas las iglesias y los conventos ó casas parroquiales? ¡Veámoslo! dijo el General frunciendo el ceño.