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Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos, sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si recordaran algo, para olvidarse en seguida.

Tenía la Regenta este defecto, tal vez heredado de su padre: que para distinguirse de la masa de los creyentes, necesitaba recurrir a la teoría hoy muy generalizada del vulgo idiota, de la bestialidad humana, etc., etcétera.

Pero no... mi puñal... esta capa... Es demasiado cierto... ¡al infierno! ¡maldita vieja! yo sabré... La vieja y el idiota habían desaparecido. Kernok, Kernok, abre ya repitió la dulce voz. ¡Ella exclamó , ella aquí! Y se precipitó hacia la puerta. ¡Ven dijo , ven!

Si el muy idiota fue a cazar a Palomares, a estas horas debe de estar de vuelta o llegando; es la hora del tren. Voy a su casa...». Y salió. «Si mi madre me sale al paso le diré que me espera un enfermo, que quiere confesar conmigo sin falta...». En efecto, al sentir a su hijo en el pasillo bajó doña Paula corriendo.

El viejo reumático parecía loco; en la desesperación que le causaban sus dolores, vociferaba, blasfemando, y Cesárea, de la inanición que la consumía, estaba como idiota, y no hacía más que dar azotes en las nalgas a un chico mocoso, lloricón, y que ponía los ojos en blanco de la fuerza de sus berridos y contorsiones.

Queda el otro Belarmino: el dulce, el idiota, el maniático. ¿Que no va a misa? ¿Qué falta hacen los niños en misa? ¿Y no teme usted, Padre Alesón, que le vuelvan los ramalazos?

Para dar más realce a esta cualidad ponía cara de idiota. Castro asentía a todo, tanto por lisonjearla como por la mala voluntad que tenía a Clementina. No sentía interés por Lola, pero a raíz de su ruptura con aquélla se había consolado un poco festejándola: aunque en ello había tenido no poca parte el deseo de no aparecer derrotado a los ojos del mundo.

Martin Gonzalez, clèrigo idiota, Que á musa solamente no sabia, Al indio predicaba que fuè rota La torre de Babel, y que vencia David al gran Goliath con su cota, Con sola una hondilla que traía. Sin esto otros misterios, altos, bellos, Que al indio no se sufre tratar dellos.

No acertando a explicarse aquella serenidad olímpica, aquel suave endiosamiento, que por extraña contraposición se conciliaba con la humildad y la modestia, el Conde se daba a sospechar si Inesita sería idiota; pero recordaba sus ojos, su airoso modo de andar y la expresión inteligente de su hermosa cara, y tenía que confesarse que, o él no sabía lo que eran mujeres, o Inesita era de lo más discreto que había nacido de madre.

Una vez, al repetir esta canción don Víctor, a Mesía se le antojó atender; oyó lo de quedarse a media miel, lo de faltarle el valor... y con suprema resolución, casi con ira pensó: Este idiota me está avergonzando, sin saberlo.... Ya que él lo quiere, que sea.... Esta noche se acaba esto.... Y si puedo, aquí mismo....