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Alfieri compuso un elocuente y hermoso libro sosteniendo esta tesis y yo le he aprobado y aplaudido. Pero aquí surge la antinomia. Trataré de explicarla. Yo creo á pie juntillas en el progreso indefinido. El término ideal de este progreso es, en mi concepto, individualista.

De ella debe extraerla el artista, escogiendo lo mejor y apartando lo feo; pero, aun dada esta operación de extraer, la belleza no se crea, sino se encarna e individualiza en una forma sensible. La aspiración del artista y del poeta es lo ideal, pero ideal que debe ser individual al mismo tiempo. El fin del arte es representar el todo en uno, y expresar lo infinito en forma finita.

La idea de ser necesario envuelve la existencia, mas real, sino lógica ó concebida; pues que teniendo la idea del ser necesario, nos resta todavía la dificultad de si le corresponde algun objeto; el predicado conviene al sujeto en el modo que se pone el mismo sujeto; y como este no es puesto sino en un órden puramente ideal, el predicado es tambien puramente ideal.

Unos y otros tenían un ideal místico, afirmándolo con violencias y matanzas, lo mismo que habían hecho todas las muchedumbres movidas por una certidumbre religiosa ó revolucionaria aceptada como única verdad... Pero el marino reconoció una profunda diferencia en las dos masas luchadoras del presente.

Ahora experimento la sensacion.... ahora : ¿qué ha mediado? la sensacion de un movimiento, que ha producido otra sensacion de ver y que ha destruido la vision primera; ó pasando del lenguaje ideal al real, he interpuesto la mano entre los ojos y el objeto. ¿Cómo es que mientras hay la sensacion última, no puedo reproducir la primera?

Y juventud, belleza y salud, se consumían en la vana espera del que no venía ni vendría jamás... ¡Pobres solteronas! Fue preciso el cristianismo para cambiar el ideal de una gran parte del mundo. En cuanto apareció, la existencia de la mujer sufrió una transformación tan completa como prodigiosa; de esclava que era, se encontró de repente con una personalidad justamente respetada.

Esa mujer ideal no se me ha olvidado, desde que la vi en París, paseando en el Bois con el Emperador. La he visto mil veces después, cuando flaneo solito por esas calles soñando despierto, o cuando me entra el insomnio, encerrado las horas muertas en mis habitaciones. Paréceme que la estoy viendo ahora, que la veo siempre... Es una idea, es un... no qué.

Y sin embargo, con ser Hegel tan original y poderoso pensador, y con tener una tan fecunda y constructora fantasía y un vigor tan sublime para sintetizarlo todo armónicamente, combinando lo real y lo ideal y encerrándolo dentro de su idea, que eternamente se desenvuelve, todavía me parece Hegel pequeño cuando acerco la imagen que de él concibo a la imagen colosal con que se representa en mi mente el prodigioso maestro del magno Alejandro.

En este pasaje, á mas del error relativo á la esencia de los cuerpos, hay el tránsito gratúito de un órden puramente ideal, ó mas bien imaginario, á un órden real.

Aquella especie de amistad severa y dulce, al mismo tiempo que unía a Josefina con el cura, la sirvió para una trasformación extraña; pero lo que Lázaro había provocado en la niña, más que una trasformación era el desarrollo de cuanto fecundo puede haber en el corazón humano. Poniéndola en condiciones de distinguir, casi intuitivamente, lo bueno de lo malo, cumplió la preparación necesaria en ella para apreciar la diferencia que existía entre hombres como Félix Aldea y caballeretes como los que hasta entonces había tratado. Con todo lo que de Lázaro escuchó, de sus instintos, sentimientos, ideas, y juicios, se formó Josefina una imagen que, sin reflejarse en su fantasía por entero, ni llegar a personificarse en una figura, prestó a las impresiones la suficiente cohesión para engendrar la aspiración indeterminada de un ideal en que se daban juntas y cumplidas las buenas cualidades del cura y las promesas de futura dicha, ya evocadas en el corazón de la mujer. Para realizarlas estaba Lázaro incapacitado. Ni por un momento cupo en Josefina la idea de que coexistieran en él las dos personalidades de hombre y sacerdote; pero cuanto se desprendía de su trato vino a formar algo como la fórmula de la ventura soñada, la profecía desinteresada de bienes que él no podría otorgar, pero que en él estaban visibles a los sentidos, aunque negados para siempre a la posesión o al goce.