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Reyles, raya a mi ver, en herejía literaria, casi monstruosa. ¿Qué novísimo arte exquisito y profundo es ese que no se ha descubierto sino a fines del siglo XIX en Francia, en Suecia o en Rusia? ¿De suerte que Bourget, Ibsen y Tolstoï emplean un arte más exquisito y profundo que los autores del Quijote y de La Celestina? ¿Con que Cervantes hacía sentir menos y ahondaba menos en la mente y en el corazón humanos que los modernos novelistas que cito?

El espíritu irreflexivo y nuboso de los pueblos septentrionales vibra en las obras de Ibsen y de Bjorson, sus dramaturgos predilectos; los teatros londinenses copian el carácter inglés, frío y correcto, incapaz de batir palmas en honor de ningún artista; el carácter alemán, carácter fuerte, enamorado sanamente de la diosa Risa, se refleja en comedias un poco grotescas, llenas de traviesa hilaridad; como el alma francesa se burla y coquetea en las obras de Lavedán, de Bataille y de Capus; obras eclécticas, como dictadas por la gran indulgencia de un supremo cansancio.

La Prensa, que quería ver á Rostand más cerca de Regnard que de Ibsen, maltrató á «La princesa lejana». Pero ello no bastó para que su autor, que parecía complacerse en pulsar y examinar minuciosamente todos los registros variadísimos de su inspiración, estrenase dos años después «La Samaritana». A pesar de sus innegables bellezas líricas, esta obra, que el poeta calificaba de «evangelio en tres cuadros», gustó poco.

No poco me lisonjea que doña Emilia se emplee en esto; pero no quiero pasar porque me atribuya opiniones que no he emitido. Jamás he afirmado yo que las novelas de Zola, Daudet, Goncourt, Tolstoï, Ibsen, etcétera, sean malas.

Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y Gabriel oyó sus palabras: A estos señoritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la mano, para que escarmienten y no hablen más de Tolstoi, de Ibsen y de todos esos tíos extranjeros que enseñan a tirar bombas. Gabriel pasó muchos meses aislado en su encierro.

Que no me digan, en fin, que el teatro de Ibsen no será comprendido nunca aquí porque es el teatro de un país brumoso, y que las leyes inglesas son tan inadaptables al carácter español como lo son los impermeables ingleses al clima de España.

Para toda persona refinada y culta, Próspero Mérimée y Teófilo Gauthier, por ejemplo, son mejores novelistas que Eugenio Sue y Ponson du Terrail, y, sin embargo, ni Colomba, ni El Capitán Fracasse, han logrado la vigésima parte del favor del público, de la venta y del aplauso que Los Misterios de París, o las interminables aventuras de Rocambole. ¿Consistirá esto en que Sue y Ponson du Terrail emplean el arte exquisito y profundo que Gauthier y Mérimée ignoran o en que la generalidad del público tiene un gusto pésimo, está muy atrasada aún y prefiere lo burdo a lo fino? ¿O consistirá esto en que el verdadero arte exquisito y profundo no ha llegado a descubrirse, sino muy recientemente, cuando Merimée y Gauthier estaban ya muertos y enterrados, y por virtud de dicho arte al público se le han abierto los ojos del entendimiento para comprender lo bueno, y a Zola, Daudet, Bourget, Ibsen y Tolstoï, se les han abierto los veneros y fuentes de la inspiración legítima para producir obras, que no sólo agraden en el día, sino que ya contengan en germen, cuando no en flor, la sublime novela del porvenir, en cuya comparación es el Quijote una obra superficial, epidérmica, sin trascendencia, sin enseñanza y de mero pasatiempo?