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55. Despues de esto se iban arrimando poco

Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres á la cárcel de Valencia para contemplar á través de los barrotes al pobre «libertador», cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta. Llegó la vista del proceso, y le sentenciaron á muerte.

Era una confusa maraña de brazos nervudos y desnudos saliendo del agua para sostener al santo; un pólipo humano que parecía flotar en la roja corriente sosteniendo la imagen sobre sus lomos. Detrás iban el cura y los mandones a horcajadas sobre algunos entusiastas que para mayor lustre de la fiesta, se prestaban a hacer de caballerías, llevando ante las narices el cirio, de los jinetes.

Primeramente abandonó el barrio para meterse a servir en una casa grande. ¡Servir, cuando su madre tenía una industria honrada y un pedazo de pan!... Todos los comerciantes de Tetuán iban tras de ella; y no eran pelambres de los que entran en Madrid con el saco al hombro y recogen la basura de casas de poco más o menos, sino negociantes de carro y burro, que se plantaban como unos señores ante las verjas de los hoteles de la Castellana o subían a los mejores pisos de la calle de Serrano.

Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él agasajaron a la Chula y al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas las rodillas, lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá.

En cada cajoncito, nos colocamos dos viajeros, en otros nuestros equipajes; y cada cajoncito, arrastrado por un caballo, empezó á resbalar con trabajo por aquella carreta henchida de nieve. A derecha é izquierda lienzos de grandísimo espesor de nieve congelada amenazaban cubrirnos de un momento á otro: cuatrocientos hombres con hachas, tendidos á lo largo del camino, iban abriéndonos paso.

Si las velas llevaban los paños dispuestos como ahora, y de qué ancho eran, y si llevaban batideros y sobresanos para prevenir los degüellos de las mismas velas. Cómo iban arboladas las banderas y las insignias.

De estos despilfarros solo protestaba la vecindad con cierta disculpable envidia: lo malo era que marido y mujer no comían ni se iban de campo solos, como recién casados o amantes de poco tiempo, sino que siempre les acompañaban dos hermanos, Luis y Genoveva, de los cuales el primero cortejaba a Casilda, mientras la segunda bromeaba con Damián: si el tal cortejo era platónico y las tales bromas inocentes, ellos lo sabrían; pero un conocido que les vio merendando más allá de la Bombilla, decía que aquéllo era un escándalo, que cuando les sorprendió, Luis tenía a Casilda cogida por la cintura, y que Genoveva retozaba con Damián.

Volvían de los atrincheramientos, llevando sobre la joroba de sus mochilas palas, picos y otros útiles para remover la tierra, que habían adquirido una importancia de armas de combate. Iban cubiertos de barro de cabeza á pies. Todos parecían viejos en plena juventud.

Lázaro no atendía al gentío ni á los santos ni á nada. El despecho por encontrarse allí mal de su grado le ocupaba todo. En el otro balcón hacía don Silvestre detallado relato de las cofradías, pendones, estandartes, imágenes y corporaciones que iban desfilando.