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Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta.

El aire, gratamente fresco, parecía limpiar de impurezas el ambiente; y, a ratos, el rodar de un coche interrumpía el silencio, perdiéndose luego rápidamente el ruido en la distancia. Millán iba callado: Pepe, a más de silencioso, triste y pensativo, como ensimismado. ¿Te pasa algo? Parece que te han dado cañazo le dijo Millán. Estoy de muy mal humor. ¿Por qué? A te lo puedo decir.

Ben Zayb dió gracias al «Omnipotente que vela por tan preciosa vida» y ha manifestado la esperanza de que el Altísimo hará que un día se descubra al criminal, cuyo delito permanece impune gracias á la caridad de la víctima, que observa demasiado las palabras del Gran Mártir: ¡Padre, perdónalos que no saben lo que hacenEstas y otras cosas más decía Ben Zayb en impreso, mientras que de boca indagaba si era cierto el rumor de que el opulento joyero iba á dar una gran fiesta, un banquete como jamás se ha visto otro, parte como celebrando su curacion, parte como una despedida al país en donde había aumentado su fortuna.

Al contrario, mi confianza era absoluta, y la idea de la muerte no llegó á conmover mi espíritu sino bajo su aspecto heróico. Cartagena iba á desaparecer.

Pensaba en la caterva de pequeños encerrada en el establo, que iba á quedar privada, por su culpa, de tan generoso reparto. Al fin murmuró, aproximándose á Adán: Voy á enseñar los otros al Señor. Ya es tarde objetó el marido . Sería pedirle demasiadas cosas, y el Señor puede enfadarse.

La mañana en que Paz creyó ver demostrada la infidelidad de su amante, llegaron a Madrid noticias de lo mal qué iba la guerra para las armas liberales.

Entonces aquel insigne varón, que había derramado su sangre en cien combates gloriosos, sin que por esto se desdeñara de tratar confiadamente a su leal criado, sonrió ante , hízome seña de que me sentara, y ya iba a poner en mi conocimiento alguna importante resolución, cuando su esposa y mi ama Doña Francisca entró de súbito en el despacho para dar mayor interés a la conferencia, y comenzó a hablar destempladamente en estos términos: No, no irás... te aseguro que no irás a la escuadra. ¡Pues no faltaba más!... ¡A tus años y cuando te has retirado del servicio por viejo!... ¡Ay, Alonsito, has llegado a los setenta y ya no estás para fiestas!

El viejo fortín de piedra era una ruina que lentamente iba deshaciéndose bajo los embates del tiempo y los soplos del mar. Los sillares caían de sus alvéolos; las almenas tenían las puntas roídas. Al vender Can Mallorquí, la torre había quedado fuera del contrato, tal vez por olvido, a causa de su inutilidad.

Cuando la melindrosa de su hermanita los oía, ¡santo Dios!, en seguida iba corriendo a llevar el cuento a su padre. «Papá, Alfonsito está diciendo cosas...». Y D. Francisco, que aborrecía los lenguarajos, gritaba: «Niño, ven aquí pronto.

Después, su semblante adquirió la expresión plácida y grave que lo caracterizaba, y emprendió nuevamente el trabajo hundiendo en la masa blanda una y otra vez sus puños tersos y rosados. La pasta iba adoptando sucesivamente diversas formas bajo la presión continuada de las manos breves pero firmes de la niña.