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Ahora me parece que ya queda bien... ¡Huy, qué fría está el agua!... ¡En la mano no se nota, pero en los brazos!... Mire usted, mire usted cómo salta... Poniendo la palma de la mano contra la corriente se sube por el brazo arriba... ¿No ve usted qué hermosa y transparente está hoy?...

De toda esa interesante region, donde se encuentran las grandes minas de carbon y hierro, muy graciosas y complicadas montañas, y las activas ciudades de Charleroi, Namur, Huy y Lieja, solo pudimos visitar la última, que es la metrópoli del Meusa central, y uno de los mas opulentos centros de actividad industrial en Bélgica. Reservo lo demas para mas tarde.

Hay en sus palabras, en sus actitudes todas un atractivo que yo no he observado jamás en ninguna otra mujer... Si usted viese o leyese ahora en mi interior... ¡Huy, huy! gritó el niño, a quien yo, al parecer, con la vehemencia del discurso, estaba apretando la mano hasta deshacérsela. ¡Ay, pobrecito, perdona! dije apresurándome a acariciarle.

No hubo tampoco medio de que tomara exclusivamente leche. ¡Huy! ¡qué repugnancia! No la puedo pasar. ¿Y quiere que sacrifique los últimos años de mi vida, ahora que podría morir contenta? Lidia no pestañeó. Había hablado con Nébel pocas palabras, y sólo al fin del café la mirada de éste se clavó en la de ella; pero Lidia bajó la suya en seguida.

Renunció a leer a los primeros renglones, y comenzó a pasar hojas, deleitándose con alegría infantil en la contemplación de las láminas: leones, elefantes, caballos de salvaje crin y ojos de fuego, asnos a fajas de colores, como si los hubiesen pintado con arreglo a falsilla... El torero avanzaba descuidado por el camino de la sabiduría, hasta que tropezó con los pintarrajeados anillos de una serpiente. ¡Huy! ¡La bicha, la fatídica bicha!

Y, sin aguardar su respuesta, la cogí de las manos, obligándola a levantarse, y la abracé por el talle. Uno..., dos... Ahora con el izquierdo. Uno..., dos... Vuelta con el derecho. Perdíamos el compás a cada momento; pero ¡qué importa! Cada traspiés nos hacía reír alegremente. Una vez Gloria me pisó. ¡Huy, huy! exclamé, fingiendo un gran dolor . ¡Cómo pesa la carne de monja!

No es la Tabla de Logaritmos, ni el Fuero Juzgo, ni las Ordenanzas de Aduanas. Juicio, mucho juicio, Sr. Miquis. El juicio está claro, señorita. Yo lo que me digo. Oye bien. Por mi padre, que es lo que más quiero, juro que me caso contigo. ¡Huy, qué prisa!... Está dicho. ¡Mira éste! Un Miquis no vuelve atrás; un re non mente; la palabra de un Miquis es sagrada. ¡Bah, bah!

¡Huy! ¡Huy! exclamaba Juanita . ¿Está dejado vuecencia de la mano de Dios? Pues sería curioso que entrase a jugar al tute con mi mamá, que aún está despierta con ansia. ¿Cómo puede querer vuecencia, en Jugar de hacer con doña Inés una partida de tresillo, hacerle conmigo una partida serrana? ¡Válgame Santo Domingo, nuestro patrono! Yo no me lo perdonaría.