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Decíame mi padre: -Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal. Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos: -Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia.

Diciendo estas palabras, cogió por un brazo a la niña, procurando levantarla. ¡No me da la gana! dijo la enferma, desprendiéndose de la mano que la retenía, con una fuerte sacudida. Tan suavita es la hija como el padre; quien lo hereda no lo hurta murmuró Momo, que se había asomado a la puerta. Como está mala, está impaciente dijo su padre, tratando de disculparla.

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio; mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué ni a uno ni a otro. Decíame mi padre: "Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal. Quien no hurta en el mundo, no vive. Muchas veces me hubieran llevado en el asno si hubiera cantado en el potro.

No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.

Todo esto del amor sin trabas ni leyes, del amor que se hurta de la sociedad y sus costumbres, bastándose a si mismo y, despreciando el que dirán, eran mentiras de poetas, músicos y danzantes, gente perdida y loca como aquella mujer que le arrebataba lejos, muy lejos, rompiendo para siempre sus lazos con la familia y con su país. El viejo parecía animarse con el silencio de Rafael.

Cada cual recordó allá en sus adentros alguna de las varias sentencias vulgares que sostienen como verdad la transmisión de la culpa por medio de la sangre: de tal palo, tal astilla; la cabra tira al monte; quien lo hereda, no lo hurta; de casta le viene al galgo el ser rabilargo, y así la madre, así la hija y así la manta que las cobija.

Lope de Vega dijo: «Fuera agravio que se hace a nuestra nación, que de las demás sería tenida por bárbara, no estimando por arte el que lo es con tanta veneración de toda EuropaDon Juan de Jauregui opinó que «el valerse de las manos es accidente que no ofende el ingenio e ingenuidad suma desta ciencia, sino que habiendo de lograr sus efectos a ojos de todos se sirve de los colores y manos como el orador y filósofo de la tinta y pluma». El maestro Joseph de Valdivieso habló de lo que honraron a Juan Bellino la señoría de Venecia, a Durero el Emperador Maximiliano, a Andrea Mantegna el Marqués de Mántua, y a Rafael el Papa León X; y Don Antonio de León, relator del Supremo Consejo de Indias, después de considerar la cuestión como letrado, escribió en el estilo propio de la época que «cuando la industria humana, haciendo vislumbres de divina, y con un hechizo de los ojos, en fantásticas formas, satisfaciendo al más noble de los sentidos, hurta los pinceles a la naturaleza, y hace parecer con alma lo que aún no tiene cuerpo, ¿qué ley, qué razón le puede negar el más singular privilegio o la menos comedida exención?