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que su carácter no se presta a ocuparse en estos pormenores y cuidados que un enfermo necesita. No sirve para enfermera. Además, considera que ahora se encuentra en un estado en que hay que dispensarle muchas cosas... ¡Pero si es así en todo, Cecilia! ¡Si es así en todo! replicó el joven con tanta viveza como mal humor. ¡Si es una chiquilla que no tiene atadero!

Otros días, al salir de aquella casa había gozado el placer fuerte, picante, del orgullo satisfecho; el dominio de las almas, que allí ejercía en absoluto, le daba al amor propio una dulce complacencia.... Pero ahora, nada de eso. No salía contento. Había procurado abreviar la visita suprimiendo palabras en sus piadosas arengas. «Aquel idiota de don Robustiano le había puesto de mal humor.

Quedé falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.

Era un excelente servidor que había sustituído al criado modelo que la señorita Guichard había quitado á Fortunato veinte años antes. Ningún ofrecimiento había hecho mella en Federico; por eso, en sus días de buen humor, Roussel le llamaba Hipócrates.

A casa del señor Felipe Auvray contestó Amaury en tono que no tenía nada de pacífico. Como Felipe, que no quería renunciar a sus antiguas costumbres, seguía viviendo en el barrio Latino, era larga la distancia que habla que recorrer, y Amaury tenía tiempo para que se transformase en cólera todo el mal humor que había sacado de casa del conde.

D. José María se quedó como alelado con esta razón, y por un instante estuvo perplejo, sin saber qué decir; mas su vena inagotable no tardó en sugerirle nuevas ideas, y contestó con mal humor: «¿Y quién le ha dicho a usted, mozalbete atrevido, que yo sería capaz de divulgar mi secreto? Los buques se fabricarían con el mayor sigilo y sin decir palotada a nadie.

Cuando despertó se sintió anegada en sudor frío y tuvo asco de su propio cuerpo y aprensión de que su lecho olía como el fétido humor de los hisopos de la pesadilla... «¿Iría a morir? ¿Eran aquellos sueños repugnantes emanaciones de la sepultura, el sabor anticipado de la tierra? ¿Y aquellos subterráneos y sus larvas eran imitación del infierno? ¡El infierno!

Si estaba desasosegado y nervioso y de mal humor, era porque la otra lo habría plantado; ¡muy bien hecho! que si todas las damiselas hicieran lo mismo con los vejestorios enamorados, mandarlos a su casa después de pegarles cuatro palmadas, las esposas honestas no estarían en esta agitación y no pasarían la pena negra.

Si en lo moral se distingue por las fuertes pasiones, el sentimiento artístico, el humor pendenciero, y el gusto por la algazara, el baile frenético, la guitarra, la cancion bélico-amorosa y las alegres libaciones, en sus hábitos exteriores tiene todo lo pintoresco de los pueblos apasionados.

Ahora asistía casi diariamente una partida de cinco o seis muchachos de Antequera, al parecer estudiantes, gente de buen humor, socarrones y maleantes, que tramaban entre mil guasas, algunas de ellas de un color harto subido. Ramoncita caminaba con cierta cautela, con la sonrisa en los labios y el escepticismo en el corazón, dispuesta a dejar el campo al primer contratiempo.