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No; nosotros deseamos conocer, como los hombres de otros tiempos, el vino y la guerra, los dos placeres divinos de los humanos; queremos vivir en un minuto todo un siglo de angustias y de orgullos.

Huyendo por algunas horas de la tarea de hacer gorgoritos en los coros celestiales, había osado descender á las regiones terrestres, con la esperanza de que el Señor le perdonaría esta escapada cuando le contase lo que había visto y cómo progresaban los negocios de los humanos después del pecado original.

Había reflexionado mucho sobre este punto en las horas de silencioso dormitar, cuando iba de viaje con la cuadrilla, encontrando un argumento incontestable, producto por entero de su pensamiento. ¿Cómo iban a ser todos los humanos descendientes de una pareja única?...

Lo que les galvanizaba era la esperanza de la fortuna, la ilusión de la riqueza, como si esta riqueza pudiera servir de algo á sus pobres cuerpos, faltos de los apetitos que amenizan la existencia. Resumió el príncipe mentalmente la vida pasional de los humanos en dos placeres que eran el motor de todas sus acciones: el amor y el juego.

Sólo se oyó entonces, a largos intervalos, el ruido del vapor condensado que caía de la bóveda en la fuente produciendo un chapoteo extraño. Aquel silencio duró cerca de dos horas. La media noche se aproximaba cuando, de improviso, un ruido lejano de pasos, mezclado con clamores discordantes, se oyó en la ladera. Berbel prestó atención y pudo convencerse de que eran gritos humanos.

Desde entonces vivió una vida ficticia, pero llena de encantos, incomprensible para la mayoría de los humanos, sobre todo para los humanos de Vegalora.

La situación, en una palabra, se hacía tan insostenible, que yo mismo creía oír un vago y bajo rumor de reproche por mi sacrificio en el fondo de mi egoísmo, cuando una voz de los portadores del palanquín, se hizo oír en el silencio del cansancio, diciendo simplemente: «¡Aquí es ConsueloDudo que la dulce palabra haya jamás llegado a oídos humanos más impregnada de promesas.

Necesitaba saber cómo había sido su desgracia, conocerla detalle por detalle, rebuscando entre las palabras inmóviles y secas del telegrama la vibración de aquella catástrofe, sin interés para el resto de los humanos, pero la más grande que podía ocurrir en el mundo para la madre y para él.

Todo el lado de la pradera que llegaba á abarcar con su ojo abierto, así como la linde de la masa de matorrales y la tierra que quedaba entre sus troncos, estaban ocupados por una muchedumbre de seres humanos, idénticos en sus formas á los componentes de todas las muchedumbres. Pero lo que él creía matorrales eran árboles iguales á todos los árboles y formando un bosque que se perdía de vista.

Todo aquel día durmieron su apacible sueño, y al siguiente no despertaron, cuando voces y pasos humanos rompieron el silencio de aquel mudo paraje. Y cuando manos piadosas separaron la nieve de sus marchitas caras, apenas podía decirse, por la paz igual que ambas respiraban, cuál fuera la que se había manchado.