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Berenguer de Entenza dijo: si el valor y esfuerzo de hombres que nacieron como nosotros, amigos y compañeros, en algun trabajo y desdicha pudiera faltar, pienso sin duda que fuera en la que hoy padecemos, por ser la mayor y mas cruel con que la variedad humana suele afligir los mortales, el ser perseguidos, maltratados, y muertos, por los que debiéramos ser amparados y defendidos. ¿De qué sirvieron las victorias, tanta sangre derramada, tantas Provincias adquiridas, si al tiempo que se esperaba justa recompensa debida á tantos servicios, con bárbara crueldad se ejecuta contra nosotros lo que vemos, y apenas damos crédito?

En la frecuentación de los revolucionarios durante los preparativos del complot no había podido, dominado como estaba por otra idea, poner mientes en las razones que los armaban: el amor a la libertad, el odio a la tiranía, la sed de justicia, el ideal de fraternidad eran incomprensibles para el enamorado vengador; pero, cuando arrestado y enjuiciado, conoció el trato brutal de la policía, la inconsciencia de los jueces, el heroísmo de los conjurados; cuando se vio desterrado de la patria; cuando observó, recorriendo el mundo, con la muerte en el alma, el doloroso contraste de las grandezas soberbias y de las miserias incurables, un nuevo ideal lució repentinamente ante sus ojos: la redención humana.

Los Istmos de Corinto, de Suez y de Panamá, han sido sucesivamente, en el tiempo y en el espacio, objeto de preocupación para todos aquellos que buscaban los medios de aumentar el bienestar de la raza humana.

Las revoluciones del alma y del cuerpo, las pasiones y las enfermedades también necesitan algunos instantes de reposo. El hombre es un ser tan débil que no puede obrar ni sufrir continuamente. Si no se detuviese de cuando en cuando, pronto agotaría sus fuerzas. El verano de 1853 fue para Germana uno de esos momentos de reposo que tanto convienen a la debilidad humana.

La cosa á tal extremo habia llegado Que carne humana que se comia. El mismo tuvo que echar mano de lagartijas, que no le parecieron tan sabrosas como ciertos gusanos que comiò despues en las márgenes del rio Huybay.

Los pueblos que hay sobre el río, aun los más importantes: Mompox, famoso en la vida colonial, como en las luchas de la independencia; Magangé, cuyas célebres ferias extienden su fama a lo lejos, están estacionarios eternamente, mientras el río carcome la tierra sobre que se apoyan. ¿Qué vale esa feracidad maravillosa, si el clima no permite el desenvolvimiento de la raza humana que debe explotarla?

Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.

El hombre cristiano se cree autorizado, se cree con poderes, se cree hasta con fuero, para ver lo que puede verse; dejó de quemar al que manifestaba que veia lo que no se habia visto antes; dejó de fabricar tormentos, de aparejar cadalsos y de encender hogueras al altísimo y venerando ministerio de la razon humana; al ministerio de pensar y de decir lo que se habia pensado; al ministerio de medir, y de hacer patente lo que se habia medido, y esto, esto solo explica la incalculable superioridad del mundo moderno sobre el mundo antiguo, la incalculable superioridad del hombre cristiano sobre el hombre de las regiones gentiles y paganas.

Y así, el don capital de la especie humana: la posibilidad de mejorarse indefinidamente, quedaba siempre más o menos anulado por todas las doctrinas religiosas o filosóficas que entendían darle nueva vida, porque "toda teoría es gris, y el árbol de la vida es siempre verde", como dijo Goethe, porque el pensamiento humano es como el agua, que estancada se corrompe y en movimiento se purifica.

Por las palabras de estos autores se viene en conocimiento de cuán flaca i ciega es la razon humana, i cuán fácilmente tuerce i lleva la condicion de los mortales á odiar lo mas amado, i á amar lo mas aborrecido.