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A la izquierda, hacia el lado del mar, se extendía una gran huerta, ostentando bajo las ventanas de las celdas, su fresco verdor, sus árboles, sus flores, el murmullo de sus acequias, el canto de los pájaros y la esquila del buey que tiraba de la noria.

Reinaba en el caserón un estrépito de trabajo ensordecedor y fatigoso para las hijas de la huerta, acostumbradas á la calma de la inmensa llanura, donde la voz se transmite á enormes distancias.

En cuanto se sintió bastante fuerte para salir a la huerta, se atrevió a decir a Frígilis lo que la atormentaba tiempo atrás. Yo... quisiera salir de esta casa.... Esta casa... en rigor... no es mía.... Es de los herederos de Víctor, de su hermana doña Paquita, que tiene hijos... y.... Frígilis se puso furioso. ¡Cómo se entiende! Todo lo había arreglado él ya.

En el catálogo, muy incompleto, de sainetes españoles publicados por La Huerta, se enorgullecen con el nombre de Calderón los siguientes: El asturiano en el Retiro. Las Carnestolendas. El dragoncillo. La muerte. La plazuela de Santa Cruz. La premática, y La tarasca de Alcorcón.

El éxito de los esfuerzos de La Huerta hubo, pues, de ser muy escaso bajo el imperio de las circunstancias indicadas: su táctica estaba mal calculada; no dió en el blanco á que se dirigía, y no creemos, por tanto, exagerar demasiado, si decimos que su obra no ha tenido ninguna influencia en la suerte futura reservada al teatro español.

La "Huerta" de Valencia. San Felipe de Játiva. La diligencia española. Almanza. La Mancha y el valle del Tajo. Un personaje de España. Una serie de curiosísimos contrastes me esperaba en el trayecto que debia recorrer desda Valencia hasta Madrid.

No había que olvidar que don Fermín no la quería ni la podía querer para , sino para don Víctor». Cuando Ana se perdía en estas y otras reflexiones parecidas, se oyó la voz de Obdulia que daba grandes chillidos pidiendo socorro. Los que tomaban pacíficamente café bajo la glorieta, acudieron al extremo de la huerta. ¿Dónde están? ¿dónde están? preguntaba asustada la Marquesa.

Durante el día, ni se lamentaba ni reñía, contentándose con zumbar perpetuamente, pero con mucha discreción, como los caracoles de mar cuando se acercan al oído. María se acercó rebujada en su chal y tiritando aún a una de las ventanas que daban a la huerta, cuyas tapias lindaban con el muelle.

Al regreso de nuestra excursión por el Guadalquivir nos apeamos en el desembarcadero de San Juan de Aznalfarache, para descansar breves momentos en una huerta que el hermano de este sacerdote cultiva, próxima al mismo apeadero, y allí encontró dicho Sr.

Ya estaba allí la representación de las dos vegas: la de la izquierda del río, la de las cuatro acequias, la que encierra la huerta de Ruzafa con sus caminos de frondoso follaje que van á extinguirse en los límites del lago de la Albufera, y la vega de la derecha del Turia, la poética, la de las fresas de Benimaclet, las chufas de Alboraya y los jardines siempre exuberantes de flores.