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Y hete aquí que junto al campo de la romería se alquiló una huerta de altas tapias, y se sorrapeó una parte de ella, y se puso á la puerta un hombre con orden terminante de no dejar entrar á nadie que no fuese presentado ó acompañado por alguno de los señores que mandaban allí.

El Arcipreste de Hita sustituyó al nombre de Pamphilo el de D. Melón de la Huerta; al de Galatea el de Doña Endrina, y al de la vieja el de Trota-conventos. Rodríguez de Castro, Biblioteca Española, tomo I, págs. 198 y siguientes. V. á Carpentier, Glossar., tomo II, pág. 1.1O3, s. v., Machabœrum chorea, y á F. Wolf, en la obra citada antes. V. la nota anterior á la pág. 228.

Sea como sea, anteayer tarde fuimos a la huerta de Pepita. Es hermoso sitio, de lo más ameno y pintoresco que puede imaginarse.

Pimentó, su tío, lo sabía bien, y en casa de Copa no se hablaba de otra cosa. ¿Creían que el pasado iba á estar oculto? Habían huído de su pueblo porque les conocían allá demasiado; por eso habían venido á la huerta á apoderarse de lo que no era suyo. Hasta se tenían noticias de que el señor Batiste había estado en presidio por cosas feas...

Y mientras pasaba la lengua por la goma del sobre, moviendo la cabeza a derecha e izquierda, encogió los hombros y dijo a media voz: No tiene por qué ofenderse. Se acostó en el lecho blanco y alegre que estaba junto al de Quintanar. El viejo madrugaba más que Ana, y salía a la huerta a esperarla.

En estos últimos días he tenido ocasión de ejercitar mi paciencia en grande y de mortificar mi amor propio del modo más cruel. Mi padre quiso pagar a Pepita el obsequio de la huerta y la convidó a visitar su quinta del Pozo de la Solana. La expedición fue el 22 de Abril. No se me olvidará esta fecha.

Tras de esto, se vió bajar un hombre por el tronco de un árbol, se vió que cruzaba la huerta, montaba sobre la tapia y desaparecía. Se cerró la ventana del cuarto de Catalina, y en el mismo momento Carlos se llevó la mano a la frente y pensó con rabia en la magnífica ocasión perdida. ¡Qué soberbio instante para concluir con aquel hombre que le estorbaba! ¡Un tiro a boca de jarro!

Sobre la rota techumbre de paja, si algo se veía era el revoloteo de alas negras y traidoras, plumajes fúnebres de cuervos y milanos, que al agitarse hacían enmudecer los árboles cargados de gozosos aleteos y juguetones piídos, quedando silenciosa la huerta, como si no hubiese gorriones en media legua á la redonda.

Contestaba con secos monosílabos á las reflexiones de aquel terne, que ahora las echaba de bonachón; y si hablaba, era para repetir siempre las mismas palabras: ¡Pimentó!... ¡Tórnam la escopeta! Y Pimentó sonreía con cierta admiración. Le asombraba la fiereza repentina de este vejete, al que toda la huerta había tenido por un infeliz. ¡Devolverle la escopeta!... ¡En seguida!

Aquella era la puerta por donde debía salir Alonso del Camino, y por la que salió descolgándose por el balcón á la huerta del convento. Apenas había cerrado el balcón el padre Aliaga, cuando se abrió la puerta de la celda, y apareció la cabeza del hermano Pedro. Un gentilhombre que viene de palacio dijo , quiere hablar con vuestra paternidad.