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Y fue ansí, que después de Dios, éste me dió la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a vuestra merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.

Cabra los miraba, y decía: "Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas." Mire vuestra merced qué buen aliño para los que bostezaban de hambre. Acabaron de comer, y quedaron unos mendrugos en la mesa y en el plato unos pellejos y unos huesos, y dijo el pupilero: "Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo."

Repartió a cada uno tan poco carnero que entre lo que se les pegó en las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: -Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas. ¡Mire V. Md. qué aliño para los que bostezaban de hambre!

¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre , cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos que parecía que la había quitado de mismo. No hay perdiz para que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos comer.

Huelgo de contar a V.M. estas niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio. Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V.M. sepa que desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz.

Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla.

Y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un palmo. Con el pico de la cual me llegó a la gulilla.

Bien que en el cautivo no hay contento, Mas no quiero crecer yo mi fatiga, Teniendo siempre en ella el pensamiento. A mi patrona tengo por amiga, Tratame qual me ves, huelgo y paseo, Cautivo soi, el que quisiere diga. Triunfa, hermano, y goza ese trofeo, Que si por ser cautivo te hermoseas, Yo que es torpe, desgraciado y feo.

ABIND. ¡Que he llegado A tus manos, Alcaide! NARV. Tente espera. ABIND. Ya no me quejo del rigor del hado, Puesto que ha sido en ocasión tan fiera. Huelgo de ver, Alcaide, tu presencia, Aunque me cuesta cara la experiencia. No me ha agraviado mi fortuna en nada, Y pues debo estimarme por tu hacienda, No es bien que esta flaqueza afeminada De cosa tuya sin razón se entienda.

Sobre la encrucijada de dos caminos aldeanos, un campo de yerba humilde salpicada de manzanilla, donde hay un retablo de ánimas entre cuatro cipreses. Es paraje en que hacen huelgo los caminantes, y rezan las viejas, anochecido. Don Rosendo, Don Mauro y Don Gonzalito, descansan al pie de los cipreses, con los caballos del diestro.