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A pesar de la temperatura, conservan sobre el cuerpo los gabanes de pieles de carnero, los gorros de astrakán. Todas estas pelambrerías, así como las barbas, parecen hervir bajo el sol. Y añada usted los desperdicios de la comida que fermentan; los cuerpos que humean... Dos veces al día, los marineros inundan la cubierta; pero a pesar del mangueo, al poco rato esa parte del buque huele a demonios.

Por la forma es uno feo y otro bonito, uno triaca y otro veneno, uno soso y otro salado, uno amargo y otro dulce, uno huele bien y otro hiede, ¿qué no podrá hacer la naturaleza cuando yo flaca mujer, con harina sólo, hago cosas tan distintas y de tan diferente sabor sin que sean sustancialmente más que harina?

Después todo aquello se transforma en una capilla oscura y sucia, donde huele a sudor y a cera. Un hombre y una mujer se arrodillan ante otro hombre que lee un librote, trazando con las manos en el aire figuras misteriosas: la mujer es Cristeta; pero la fisonomía y el aspecto de su acompañante carecen de rasgos definidos.

Power y abandonó a su compañero, acodándose al lado de ella en la baranda. «¡Demonio de mujer! pensó Maltrana . Parece como que huele a Fernando. Cualquiera diría que tiene ojos en la nuca para verle. Está de cara al mar y apenas nos aproximamos, vuelve la cabeza sonriendo de antemano, segura de que es él quien se acerca

Tío Manolillo, idos, y no me obliguéis á despacharos; ya veis que aunque hace obscuro, mi hierro huele el vuestro, y siempre le sale al encuentro; en verdad que sois diestro, pero más yo... no me fatiguéis demasiado, hermano, no sea que por descansar os mate.

Vibra, ve, huele, anda, come, etc.; pero no sabemos quién come, quién ve, ni quién vibra, ni qué es lo vibrado, ni lo comido, ni lo visto. Todo es incognoscible, y hasta podemos recelar que no exista. No sólo el super-hombre, sino igualmente cuantos hombres existen o han existido y de quienes el Sr.

Es natural... El hombre bien criado y la mujer ordinaria no emparejan bien. Pasa la ilusión, y después ¿qué resulta? Que ella huele a cebolla y dice palabras feas... A él... como si lo viera... se le revuelve el estómago, y empiezan las cuestiones. El pueblo es sucio, la mujer de clase baja, por más que se lave el palmito, siempre es pueblo. No hay más que ver las casas por dentro.

Esta situación, de por fuerza se la tienen que llevar los demonios. Hasta que llegue la nuestra.... No, pues cuando este lo huele.... Por Madrid andará buena la cosa. Así los parta a todos un rayo, comilones, tiránigos, chupadores. A ver si calláis. «La situación está próxima a entrar en el camino que desde el primer día de la revolución debió emprender. ¿Quién será? ¿Lo dirá por el alcalde?

A ver, aunque no quieras, te he de registrar el pecho... ¡Eh! ¿Qué se me importa que se te arrugue la camisa? ¡Qué, no veo acaso al viejo calavera degradado en ese moño indecoroso de la corbata!... ¡Un ramo de jazmines!... ¿Quién te ha dado ese ramo? Di, hombre infame y malvado. ¿Quién te ha dado esa inmundicia? ¡Puf!... ¡huele a patchoulí!

Esos que trabajan, y hay taller que hace al día cuatrocientas docenas de cubiertos, y tiene como más de mil trabajadores: y muchos son mujeres, que hacen mejor que el hombre todas las cosa de finura y elegancia. Nosotros, los hombres, somos como el león del mundo, y como el caballo de pelear, que no está contento ni se pone hermoso sino cuando huele batalla, y oye ruido de sables y cañones.