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Pero hija, Curra, ¿sabes?... Que abran esa ventana; si huele aquí a chamusquina, a cuerno quemado... Pues nada, hombre; un pincel viejo que tiré en la chimenea... Vamos, dejemos ya eso. ¿Has visto a Lilí?... Villamelón dio una gran palmada. ¡Mujer!... Se me olvidó... ¿Pues no te dije que fueras a verla? gritó Currita muy colérica. Pues, nada, hija, se me olvidó... ¿Qué vamos a hacerle?...

Movimiento de asombro en P. Sibyla quien vió al P. Salví estremecerse y mirar de reojo hácia Simoun. Porque no es nada galante, continuó Simoun con la mayor naturalidad, dar una peña por morada á la que burlamos en sus esperanzas; no es nada religioso esponerla así á las tentaciones, en una cueva, á orillas de un río; huele algo á ninfas y á driadas.

«Me huele a guisote de azúcar. ¿Qué es esto? La niña me ha dicho que vio esta mañana un gran paquete traído de la tienda... ¿Por qué no se me ha dado cuenta de esto?...». Rosalía contestaba torpemente que aquel día comería en la casa el Sr. de Pez y que este huésped no debía ser tratado como Candidita, a quien se le daba de postre medio bollo y dos higos pasados.

¡Huele á cuarenta siglos! observó uno con énfasis. Ben Zayb se olvidó del espejo para ver quien había dicho aquella frase. Era un militar que había leido la historia de Napoleon. Ben Zayb le tuvo envidia y para soltar otra frase que molestase en algo al P. Camorra, dijo: ¡Huele á Iglesia!

, que sois muy hermosa. La hembra mejor que ha venido de Asturias. Muchas gracias, caballero: ¿y vos quién sois? ¡Yo!... ¿qué os importa? ¡Vaya! Soy joven; no tengo ninguna enfermedad contagiosa, ni me huele el aliento. ¿Y por qué fingís la voz? Porque no quiero que me conozcáis. ¿Os conozco yo? No; pero no quiero que me podáis conocer mañana. ¿Pero?... Os amo. ¿Que me amáis?

¡Jesús, hija, qué mal olor! exclamó deteniéndose a la entrada . ¿Qué has quemado?... Si huele aquí a infierno... Currita se puso muy seria, muy enfadada, y hasta un poco pálida. Mira, Fernandito, no digas tonterías... No me gustan bromas con las cosas del otro mundo. Y como si fuese cosa de él, volvió a lanzar otra mirada furtiva y medrosa a la imponente cabeza de fray Alonso.

, como huele cerca la cuadra no ha querido esperar. Monte usted, D. Andrés. ¿Y usted? Yo voy perfectamente a pie. Así se hizo. Celesto estaba un poco avergonzado. Por supuesto, D. Andrés, que todos estos líos concluirán el día que tome las órdenes mayores dijo después de caminar un rato en silencio. Tiene usted razón repuso Andrés sonriendo irónicamente, ese día... sanseacabó.

Huele aquí á contento, á paz, á alegría, á amor... Dios os bendiga, mis amigos, que tenéis sol claro en día de lluvia, y que vivís mientras otros se aperrean. ¿Y qué bueno hacéis, diosa? Escribo á mi padre largamente: antes habíale escrito una brevísima carta, pero no me basta. Estoy impaciente porque mi padre sepa punto por punto... ¿Es decir que os habéis metido á letrado? No os entiendo.

Que haya sahumerio que la quite su olor: si yo no tuviera la cabeza tan fuerte, trastornado saldría y entontecido. Huele aquí... A hermosura... Bien, lo creo. Y de hoy en adelante olerá á ingenio... ¿Por qué, pues, sahumais?... Pudiera pegársele á don Francisco... ¡Ah! ¡su excelencia! Créolo libre de tal contagio... Dios le ayude. Ya le ayudáis vos... Pues yo creía que le desayudaba...

El primer catedrático le devolvió el saludo friamente y guiñando á Basilio, le dijo en voz alta: Ya que Cpn. Tiago huele á cadáver; los cuervos y los buitres le han visitado. Y entró en la sala de los profesores. Algo más tranquilo, Basilio se aventuró á averiguar más promenores.