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Ahora volvía a ver con intensa emoción aquella casa y marchaba hacia ella, no sin vacilaciones; con cierto temor que no podía explicarse y que agitaba su diafragma, oprimiéndole los pulmones. Pasaban los hortelanos junto al diputado, cediéndole el borde del camino, y él contestaba distraídamente a su saludo. Todos ellos se encargarían de contar dónde le habían visto.

En torno de la Virgen iban como revuelta tropa los entusiastas «macarenos», hortelanos de las afueras, con sus mujeres desgreñadas que arrastraban de la mano una fila de niños, llevándolos de excursión hasta el amanecer.

Diariamente salían por las calles de la ciudad comerciantes montados en burros, recibiendo los golpes de la penca, y panaderos, hortelanos, pescaderos, carniceros, etc., etc., veíanse á cada momento sorprendidos por la visita del conde en persona, que era implacable en sus resoluciones.

Los hortelanos reían como locos, olvidando el agua que llenaba su casa; Beppa abría desmesuradamente sus ojos, admirada por la figura, las contorsiones de aquel señor y la gracia con que estropeaba los versos italianos, y hasta la pobre doña Pepa se retorcía en su silla, admirando al barbero, que según ella, era el más gracioso de todos los demonios.

Así, el distrito es literalmente un verjel, y sus habitantes viven entre flores, frutas y bóvedas perfumadas. Dudo mucho que los jueces tengan oficio allí. El crímen debe de ser desconocido en ese pueblo de humildes hortelanos, nacidos entre flores. El lago de Sarnen, haciendo abstraccion de las ciénagas vecinas, es de un aspecto suave y sereno.

Corría, que no andaba, D. Luis por aquellas sendas, saltando arroyos y fijándose apenas en los objetos, casi como toro picado del tábano. Los rústicos con quienes se encontró, los hortelanos que le vieron pasar, tal vez le tuvieron por loco.

Cuidaba al mismo tiempo de la limpieza de la villa, de la conservación de las Casas Consistoriales y demás edificios públicos y del buen orden y abastecimiento de la carnicería y de los mercados de granos, legumbres y frutas; y era tan campechano y dicharachero, que alcanzaba envidiable favor entre los hortelanos y verduleras, quienes solían enviar a su casa, para su regalo, según la estación, ya higos almibarados, ya tiernas lechugas, ya exquisitas ciruelas claudias o ya los melones más aromáticos y dulces.

A usted le parecerá ponderación, pues no lo es, y si no haga usted la cuenta: para uno o dos almudes de trigo que se amasan cada día se emplean dos o tres atahoneros, donde hay atahona, que donde no la hay se emplean seis lo menos, y cuatro o seis panaderos; en la cocina lo menos se emplean seis, y, si los religiosos cocinan, apartan otros tantos; dos lo menos de hortelanos, dos de aguateros, cuatro o más de refectoleros, y uno o dos cuidadores de los caballos de cada persona.

Dicen los autores que «es una planta de mala complexión». lo es; los hortelanos, para quitarle algo de sus intenciones aviesas, plantan junto a ellas albahacas y tomillos; estas hierbas, como son bondadosas e inocentes, acaban por amansar un poco a las berenjenas.

Todos los miércoles, día de mercado en Alcira y de gran aglomeración de hortelanos, la calle donde vivía don Jaime era un jubileo.