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Por encima de él hormigueaba una muchedumbre compuesta principalmente de mujeres, cuyos pañuelos de diversos y vivos colores, al moverse, mareaban y turbaban la vista. Los hombres en su mayoría se hallaban recostados debajo de los árboles, bebiendo pésimo vino y cantando desentonadamente.

Obedecí a mi compañero, como si lo tuviese por obligación, y nos colocamos otra vez en las primeras filas. El carruaje de la Justicia caminaba a unos veinte pasos de nosotros. La muchedumbre hormigueaba en torno del piquete y de los guardias, esforzándose para ver al reo.

Cada balcón, cada ventana, cada tribuna, era un compacto racimo de damas y caballeros; además, numeroso gentío, encaramado quién sabe por dónde, recubría las techumbres; y todo aquello hormigueaba, hervía, zumbaba con la grandiosa palpitación de una multitud embriagada de sol y confundida en la misma impaciencia.

Los convidados de doña Manuela veían a poca distancia los famosos Silos de Burjasot, gigantesca plataforma de piedra, cuadrada meseta agujereada a trechos por la boca de los profundos depósitos y en la cual hormigueaba un enjambre alegre y ruidoso: corros en que sonaban guitarras, acordeones y castañuelas acompañando alborozados bailes; grupos de gente formal entregada sin rubor a los juegos de la infancia; docenas de muchachos ocupados en dar vuelo a sus cometas con grotescos figurones pintados, que al remontarse moviendo los inquietos rabos hacían el efecto de parches aplicados al azul cutis del infinito y daban al paisaje un aspecto chinesco de abanico o de pañolón de Manila.

»Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente, es cuando se las ve, despojadas de sus lujos y cubiertas con el corto y sucio traje del trabajo, balancearse sobre la tabla que une al buque con la tierra, bajo el peso de la enorme canasta de carbón que traen en la cabeza... Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal eléctrico.

En la tertulia de aquel mismo día, el hijo del boticario no estuvo tan en lo suyo como de costumbre: se distraía con frecuencia y parecía que le hormigueaba algo sobre el cuerpo y sobre el espíritu.

La muchedumbre hormigueaba delante del sucio y repugnante edificio en espera de algo; ¡un algo bien espantoso por cierto! Yo fui a engrosar aquel gran montón, como una gota de agua que cae en el mar. Allí los rostros ya expresaban algo: la impaciencia.

La tarde era espléndida, una linda tarde de otoño, fresca y luminosa. Hormigueaba la multitud en la ancha calle; puertas y ventanas estaban cuajadas de muchachas bonitas, y era aquello un conjunto de gentes festivas y alegres, tan pintoresco y hermoso, que no le olvidaré jamás. Unas que iban bulliciosas y parlanchinas; otras, que volvían cansadas, arrepentidas, cargando el cesto de la comida.

Por fin llegué a bordo, guiado por una luz eléctrica, colocada sobre el puente... Así que subí, el oficial de guardia me llamó y me mostró el cuadro más original que es posible concebir. Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal eléctrico.

Pasaron a lo largo de un jardín. A un lado, frente al río, grandes edificios y aceras con arcadas, bajo las cuales hormigueaba la muchedumbre jornalera. Subieron una cuesta, y en lo alto de ella vieron extenderse un palacio con los muros de color de rosa. Más allá se abría una plaza blanca con un jardín en el centro.