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Algunas de estas nubes se yerguen en el horizonte bajo la forma de verdaderas montañas. Sus crestas y sus cúpulas, sus nieves y sus hielos resplandecientes, sus sombríos barrancos, sus precipicios dibujan todo su relieve con perfecta limpieza. Lo que hay es que los montes de vapor son flotantes y fugitivos; formólos una corriente de aire, y otra corriente puede destrozarlos y disolverlos.

Pero ¿verdad que no me olvidas; verdad que a todas horas piensas en ? ¿No es cierto que estoy siempre en tu memoria? La semana pasada salimos a pasear. La tarde estaba lindísima.... ¡Qué cielo! ¡Qué nubes! ¡Qué celajes! ¡Qué colores tan hermosos los del horizonte al ponerse el sol! Papá me dijo: «Muñeca: ¿quieres venir conmigoLo dije que .

¡Cabá! saltó la rondeña estremeciéndose : pa que la niña ze malograra a lo mejó... Soltó una risotada el tuerto Bermúdez y dijo: Me gusta que te tiente ese deseo, Nieves, y te prometo satisfacértele muy a menudo, sin los riesgos que asustan a Catana... Mira un vapor... ¿En dónde? En el horizonte... Fíjate bien en el punto que yo señalo. Ya le veo... ¿Le ves , Catana? No le veo, niña.

Debía ser alguno de aquellos jinetes de pobre aspecto que encontraba en la soledad del campo, sin ningún pueblo en el horizonte, y que se llevaban la mano al mugriento sombrero, diciendo con respetuosa llaneza: Vaya usté con Dió, zeñó marqué.

Y en las Canarias, así como en las Azores, también veían los habitantes tierras nuevas que surgían en el horizonte al llegar ciertos meses, y que para el vulgo eran las de las tradiciones marítimas: la isla de las Siete Ciudades y la de San Borombón, pintadas por algunos cartógrafos en sus mapas con los títulos de «Antilla» y «Mano de Satán». Los de mayores conocimientos explicaban con arreglo a los escritores antiguos, la naturaleza de estas tierras tan pronto visibles como ocultas y que frecuentemente cambiaban de lugar.

Ya se veían relámpagos extensos en el horizonte por Norte y Oeste, y de tarde en tarde zumbaba rodando un trueno allá muy lejos. Don Fermín llevaba el alma sofocada de hastío, de desprecio de mismo. ¡Qué jornada! pensaba, ¡qué jornada!

Tiene unos ojos muy brillantes y muy rápidos, con los que parece que recorre el horizonte entero de una ojeada, y creo que su ingenio tiene la misma prontitud que su mirada.

Siguen al sur de la mencionada sierra Montilla, Aguilar, Cabra y Lucena, que con la Rambla, Montalvan, Santaella, Monturque, Puente Don Gonzalo, Castillo-anzur, Benamejí, Priego y Carcabuey, completan el cuadro de los grandes recuerdos históricos de la provincia. Si Montilla es la antigua Ulia, ó bien el Monte de Ulia (Mons Uliæ), ó como otros pretenden aquella Munda (Munda illa) tan famosa por haber ganado en su campo Julio César contra los hijos de Pompeyo el imperio del mundo, es cuestion que dejaremos ventilar á los mas peritos en corografía romana. De todas maneras la orla de la toga pretexta le asoma por debajo de su paludamento cristiano en los notables vestigios de baños romanos que ofrecen al arqueólogo las fuentes del Álamo y de la Higuera de Belen, y la llamada Canteruela de Sta. María. Tiéndese esta ciudad como perezosa bajo la influencia del sol de Andalucía, sobre dos elevadas colinas, desde donde registra un vistosísimo horizonte todo ceñido de sierras, pues del norte al sur por la parte de levante la contemplan Sierra-Morena, las sierras de Jaen, de Martos, de Alcaudete, de Doña Mencía, de Priego, de Rute, de Loja, de Lucena, de Cabra y de Archidona; y del sur al norte por el lado de poniente la recrean con sus azulados festones la peña de los enamorados, las alturas de Colmenar, de Antequera, Teba, Estepa, Osuna, Medina-sidonia,

Y ustedes, ¿por quién enseñan? ¡Oh, el cardenal de Luca!... ¿Qué dice usted?... ¡Diez y siete volúmenes en folio!...» Es verdad que el viajero que se acerca a Córdoba busca y no encuentra en el horizonte la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo y borlas de doctor.

Cruzamos por delante de la costa alta y escarpada de Orio, pasamos el arenal de Zarauz y dejamos atrás el monte de San Antón, que se dibujaba sobre el mar como una ballena de color gris. El sol bajaba en el horizonte, inclinándose hacia el mar; su disco rojo iba dejando las olas como formadas por un metal fundido.