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Cuando el viento riza las aguas, toman el aspecto y el brillo de la mica, y se ve el mar surcado por líneas blancas que indican las diversas profundidades. Lejos, detrás del Izarra, las lanchas pescadoras, negras, parecen inmóviles; algún barco de vela se presenta en el horizonte, y pasa una gaviota despacio, casi sin mover las alas.

Donde quiera flotaban al viento los racimos de flores verde claro de las plantas que suministran su generoso amargo á la cerveza, crespas, empinadas sobre sus estacas como pabellones trepadores, formando inmensos muros de verdura; en otras partes agitaban sus espigas magníficos cereales, al lado de enanas plantaciones de tabaco, ó se destacaban en algunos puntos del horizonte las negras pirámides de adobes provenientes de vastos depósitos de turba.

Un viento de infinita pureza, que venía tal vez del otro lado del planeta, deslizándose miles de leguas por los desiertos salados sin tocar una sola corrupción, resbalaba en la garganta de Ferragut como un vino de gaseosa embriaguez. Su duro costillaje iba dilatándose á impulsos de este trago de vida, mientras sus ojos parpadeaban ante el azul luminoso del horizonte.

A la derecha se elevaba la isla de Kalot con sus rompientes, el molino y el campanario azul de Plougasnou, mientras que a lo lejos se extendía la playa de Treguier, de fina y dorada arena, limitada por inmensos peñascales que se pierden en el horizonte. La linda bahía de Pempoul no contenía ordinariamente más que medio centenar de barcas y algunos buques de un tonelaje más elevado.

Así el firmamento está á veces inundado con la luz del sol, mientras el astro cercado de nubes se oculta á nuestros ojos, sin que podamos ni aun determinar su posicion en el horizonte.

Desde las ventanas del seminario, en las horas dulces de asueto, Enrique Thomas oteaba el campo verde, y desde el remoto horizonte, voces aventureras, voces de libertad y rebeldía, fascinaban su alma peregrina de bordelés. Cada camino que se alejaba serpeando, cada buque que salía del puerto, susurraban en sus oídos una canción de adioses.

El Sol marca las doce en puntos cada vez más elevados sobre el horizonte, alejándose cada vez más del ecuador celeste.

Los buques de guerra que navegaban siguiendo la costa para impedir que el gigante se lanzase mar adentro se metieron en el puerto ó se alejaron á toda máquina, perdiéndose en la línea del horizonte, como si se les acabase de ordenar un rápido viaje.

El joven sacó el fósforo y se lo entregó encendido, con el mismo silencio. Volvió de nuevo la cabeza y siguió mirando fijamente el horizonte, mientras Clementina pegaba fuego al montón de cartas y las veía arder poco a poco. Tardaron algunos momentos en consumirse: necesitaba arreglar con sus manos enguantadas el montoncito para que el fuego no se apagase.

Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de señales y las baterías de San Carlos. Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y deshabitado.