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Una vida de muchacho aturdido con varias compatriotas libres como ella de las viejas ataduras del sexo; una existencia de estudiante; teatros, cenas hasta altas horas de la noche, sin más hombres que algún gentleman viejo, que acompañaba a esta tropa de emancipadas lo mismo que un guardián de harén sigue a las odaliscas en vacaciones.

Cuando edifiqué el hotel, creí que me quedaría meses enteros mirando el mar sin ocuparme de los negocios. Pero por las mañanas voy de un lado á otro, sin saber qué hacer y acabo por mandar que enganchen. Por las tardes es diferente. Paso tranquilo las horas en el jardín, oyendo á Pepita que toca el piano. ¡La vida de familia!... ¡ eres feliz exclamó el médico.

La primera vez me fatigó mucho un moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros sus secuaces; y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cómo ni cómo no vine a caer en aquella desgracia. Así que, ponerme yo agora en cosa de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio temerario.

Todos se empeñaban en que se apeasen y descansasen un rato, pero no lo consiguieron, porque el señor conde les dijo que, faltando tan poco para descansar de una vez, no había necesidad. Y en eso creo que tenía razón. Á estas horas ya están de seguro en la Segada.

Había durado horas, había durado días: en su memoria obscura aparecía esta marcha casi tan larga como toda su vida anterior. Cuando brazos amigos le ayudaron a subir al lecho y a la luz de un candil fueron despojándolo de sus ropas, experimentó Febrer una sensación de bienestar y descanso. ¡No levantarse más de estas blanduras! ¡Permanecer en ellas para siempre!...

Venía éste de la enfermería de ver a Pachín Muiños, el emigrante que preguntaba a todas horas cuándo llegaba el buque a Buenos Aires. Hombre perdido dijo el de la comisaría . El médico lo ha desahuciado; pero él sigue entre la vida y la muerte, y cuando habla, es para preguntar siempre lo mismo: «¡Buenos Aires!... ¿Cuándo llegamos a Buenos Aires?».

Sentado a los pies de la narradora, con la cabeza apoyada en sus rodillas, pasaba admirablemente las horas embebecido y suspenso.

Estas 24 horas tuvimos pocos vientos, mezclados con calma y buen tiempo; y á las dos de la tarde sondeamos en 48 brazas: lama blanca, azul; y á mediodia vimos Cabo Blanco: estaba S SO: distancia 7 leguas.

En aquel movible salón me dijeron se colocarían biombos para vestirse y desnudarse tras ellos las señoras, y como las funciones habían de ser de muchas horas, también me aseguraron se establecerían allí varias carenderías.

Cuando, a media tarde, volvía Salvador en su caballo hacia Luzmela, una pena asordada y mordiente lastimaba su corazón, y la gloria del valle y la canción del río, caían sin encantos en la sombra de su espíritu. En uno de aquellos días, el marino pasó en la capital algunas horas. A su regreso colocó sobre la mesa del comedor unos paquetes.