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El primer acceso fue violento en extremo: posteriormente, al acostarse, en seguida conciliaba el sueño; pero al poco rato despertábale la rabia del dolor, tardando algunas horas en recobrarlo; repitiéndose estos exacerbamientos hasta que, posesionado el mal de ambos pies, quedó el infeliz postrado y sujeto a pasar los días de la cama a la butaca, y de ésta a aquélla.

Asi lo confiesa Hume que negaba con Berkeley la existencia de los cuerpos: «Yo como, dice, juego al chaquete, hablo con mis amigos, soy feliz en su compañía, y cuando despues de dos ó tres horas de diversion vuelvo á estas especulaciones, me parecen tan frias, tan violentas, tan ridiculas, que no tengo valor para continuarlas.

El registro había sido escrupuloso en demasía y durado dos horas enteras: el jefe del orden público había leído todas las cartas que encontró a mano, sin perdonar pesquisa alguna, registrado todos los papales, hojeado todos los libros y puesto aparte todo aquello en que creyó encontrar miasmas conspiradores, para sujetarlo al examen del gobernador de la provincia.

Gustábame recorrer sola los senderos del bosque y permanecía durante horas enteras junto a la cascada, recordando nuestra última entrevista y pensando en lo que haría si me le viese aparecer alegre y encantador, con aquella expresión en los ojos que me había agradado tanto en el Zarzal y que después no había vuelto a ver brillar para .

Tenemos, pues, dos enormes masas de agua sobre la superficie terrestre, de las cuales una mira a la Luna y la otra ocupa la parte de la Tierra opuesta a la atracción lunar. Comprendo, tío; pero las mareas cambian. Ahora suben aquí y dentro de seis horas lo hacen en otra parte del globo. Eso depende de la rotación de la Tierra.

Correrla entre nosotros, equivalía á pasar las horas de la cátedra jugando á paso en el Prado de Viñas, ó pescando luciatos en el Paredón, ó acometiendo alguna empresa inocente en el Alta.

Se entregaba a sus amantes con una desfachatez ardiente que, después, pronto, se transformaba en iniciativa de bacanal, es más, en un furor infernal que inventaba delirios de fiebre, sueños del hachís realizados entre las brumas caliginosas de las horribles horas de arrebato enfermizo, casi epiléptico.

Se pensaba, al verlo, que retenía un lamento entre los labios inmóviles. La visión de este Jesusito agonizante, contemplado silenciosamente durante horas enteras, solía por la noche frecuentarla bajando del nicho y caminando sobre las baldosas frías del corredor solitario. Adriana entonces, arrebujándose, llena de una conmiseración desolada, se dormía llorando por

»Hace cuatro días, cuando esperaba la llegada de Manuel, recibí un telegrama puesto por el cónsul de España en el Havre, que es antiguo amigo mío, y que estaba redactado en estos términos: »Ocurrido grave y desgraciado accidente a Manuel al desembarcar procedente de América. Conviene venga V. por primer tren.» »A las pocas horas de recibida esta triste noticia, llegué al Havre.

Allí, a la sombra de los árboles, en las horas muertas de la meditación, recordó la hermosa leyenda del canto del cisne. El cisne, esa ave armoniosa y blanca, siempre en la mudez del misterio, canta sólo al morir, una canción de celeste belleza... Esta leyenda le sugirió a Juanillo un interesante argumento para su cuento-poema.