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La memoria de Silas no estaba tan dormida, que no fuera capaz de despertar al oír aquellas palabras. Bajo la influencia de un movimiento de arrepentimiento, tan nuevo y extraño para él como lo hubiera sido cualquiera otra cosa en la hora en que acababa de transcurrir, se alzó de su silla y se acercó a Jacobo para ver claramente la expresión de su fisonomía.

A la hora en que le sorprendemos no se había ganado más que una bofetada; caso extraño, porque en estas noches de jolgorio solía encontrarse con media docena, por lo menos. Algo desengañado bajo este aspecto, no tanto por las bofetadas como por lo que las precedía, movíase impaciente echando miradas carniceras en torno suyo, sin hallar un sitio lo bastante ameno y deleitoso para fijar sus pasos.

Eran las cuatro de la tarde cuando nuestro vapor fondeaba á doscientos metros del puerto de Gibraltar. El cuadro que se ofrecía á nuestras miradas era tan pintoresco y magnífico al mismo tiempo, que permanecimos durante mas de una hora contemplándole embelesados.

No hay aquí mucho trabajo, pero bueno es que sepa usted, amigo mío, ¡que aquí no se pierde el tiempo! Puede usted ordenar lo que guste... respondí, sentándome en una silla de ojo de perdiz, muy vieja y vacilante. Vendrá usted a las ocho de la mañana, en punto, como ahora. A las ocho... ¿me entiende usted? ¡En punto! Saldrá usted a la una, hora de ir a comer.

Para los felices mortales que vivimos en el presente siglo, á los que tan natural y legítimo nos parece el uso de todas las comodidades y ventajas de que disfrutamos, pues que á toda hora y sin el menor empacho ponemos el grito en el cielo á la menor falta que advertimos en el cumplimiento de las ordenanzas municipales, no podemos comprender la desidia y abandono de nuestros abuelos, en cuanto al régimen y gobierno de esta ciudad en las pasadas centurias.

Miraba a los socios que leían como a gente de sospechosa probidad; les guardaba escasas consideraciones. No siempre que se le llamaba acudía, y solía negarse a mudar las plumas oxidadas. Alrededor de la mesa cabían doce personas. Pocas veces había tantos lectores, a no ser a la hora del correo. La mayor parte de los socios amantes del saber no leían más que noticias.

Y en el teatro de los anamitas, los cómicos vestidos de panteras y de generales, cuentan, saltando y aullando, tirándose las plumas de la cabeza y dando vueltas, la historia del príncipe que fue de visita al palacio de un ambicioso, y bebió una taza de envenenado. Pero ya es de noche, y hora de irse a pensar, y los clarines, con su corneta de bronce, tocan a retirada.

Durante este tiempo, el almuerzo de los cazadores, silencioso al principio, hacíase cada vez más bullicioso, oíamos chocar las copas y saltar los corchos de las botellas. El viejo macho me previno que ya era hora de volver a nuestro refugio. Podía decirse que a la sazón el bosque dormía. La charca adonde acuden los gamos a beber no estaba enturbiada por ningún lengüetazo.

A la media hora la pobre niña descansaba tranquila, y su mamá se fue a dormir al sofá del gabinete, porque la cama despedía fuego. Antes quiso dar parte a su marido de la desazón de la niña. ¿Lo de siempre? preguntó él desde el embozo de la única sábana con que se cubría. , lo de siempre, pesadilla, convulsiones; ha sido de los ataques más fuertes. Por fin se ha tranquilizado. ¡Pobre ángel!

En nombre de la conciencia humana y del genio de nuestro país, suplico á España que importe en buen hora la costumbre del café cantante; nada más natural que se recree y se civilice oyendo cantar en un café, quien no puede ir al teatro: esto tiene una gran influencia moral, puesto que levanta el sentimiento de la clase trabajadora, y la da decoro, porque la da estimacion de misma, y la separa de hábitos viciosos, únicos donde antes hallaba la satisfaccion de ciertos goces, goces que son la recompensa inevitable de muchas horas de fatiga: traiga en buen hora un recreo digno y moralizador; pero de ninguna manera el payaso; de ninguna manera la sátira.