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Llegaba a su casa todas las noches entre una y dos de la madrugada, fatigado, triste, pensativo; soltaba la capa; ponía los codos sobre la mesa del comedor, las quijadas entre las palmas de las manos, y así se quedaba media hora o más en reposada meditación. Llevaba adelante su obra con tanto esmero y paciencia, que en el café oía más de un elogio por la perfección e igualdad de ella.

Al cual apenas le quedan fuerzas para pensar.... Mas de repente da un brinco, lívido, y con el brazo en tensión, señala con el índice a la esfera del reloj que tiene enfrente. ¡La hora! grita aterrado, y procura separarse de la mesa y echar a correr.... ¿Qué hora? preguntan todos. La hora de.... Bonis miró a Serafina con ojos que imploraban compasión y ser adivinados.

En su recuerdo indeleble aquella faz espantosa Ayela guardado habia; y aquella mirada odiosa, sensual y repugnante que la contemplaba absorta, era la mirada misma de aquella terrible hora; y él, que de Ayela tenía en su conciencia la copia, la devoraba mirándola con expresion misteriosa, mezcla de amor y de espanto y dulce á la par que torva.

En su Philos. ant. poét., págs. 513 y siguientes, dice así: «Dió la una, hora después de la del comer, al tiempo que vino al Pinciano un recado de Fadrique, diciendo, que Hugo era venido, y que tenían los dos determinado ir aquella tarde á una representación; que tuviese por bien ser tercero con ellos.

Debíamos ir a la tertulia de doña Flora, y mientras llegaba la hora, mi amigo, que quise que no, hubo de darme nuevas lecciones de esgrima.

Allí dormía yo con Máxima y otra educanda. ¡Cuántas noches me tengo levantado para mirar al cielo! ¿Y en qué pensabas mirándolo? No ... En nada. ¿No te venían deseos de escaparte? Nunca. Las mujeres no se escapan sino cuando están enamoradas. Por la mañana, a la hora que Gloria indicó como mejor, que era la de récréation, nos fuimos al convento.

Esa hora de contemplación común, de emociones divididas, de profunda y pura voluptuosidad era, sin duda, la última que me fuera dado vivir á su lado, y me extasiaba con una violencia de sensibilidad casi dolorosa. Por lo que hace á Margarita, no lo que pasaba: habíase sentado sobre el borde del parapeto, miraba á lo lejos y callaba. Yo no oía sino el soplo un poco precipitado de su aliento.

Mas como aquí no había paseo suplementario desde donde espiarse, ni era fácil por la noche estar de espera en los balcones, aquellas ingeniosísimas damas, tan dignas como ingeniosas, hallaron un medio de dejar siempre a salvo su honra. Poco después de sonar las diez, hora en que daba comienzo el baile, enviaban hacia allá de descubierta, como caballería ligera, a sus papas o hermanos.

Pues, á pesar de santiguarnos de lo lindo, no le queríamos mal, porque era hombre franco y nunca delataba á nadie. En una acción cayó herido á mi lado: yo lo cogí y lo llevé sobre las espaldas cerca de una hora, hasta encontrar una barraca, donde murió á las pocas horas. ¡No habrás pasado pocos trabajos, Periquillo! Llevarías escapulario siempre, ¿no es verdad? De Nuestra Señora del Carmen.

Además, se presentaban en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores sitios en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador rico, cliente fijo, que las recompensaba con generosidad si le favorecía la suerte. Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas cuantas viejas, pero de una vejez incapaz de arrostrar el aire libre y la luz del sol.