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No me equivoco; aquí entró alguien. Lucido, lucido papel estoy haciendo. ¡Dios mío! ¿De qué le vale a uno el poner su honor por encima de todas las cosas? Viene un cualquiera y lo pisotea, y lo llena de inmundicia. Y no le basta a uno vigilar, vigilar, vigilar.

El señor de Lerne no me ha cortejado ni esta noche, ni nunca dijo Juana con energía , al menos como usted lo comprende. Su honor, es usted quien lo ha comprometido; su duelo con el señor de Lerne sería una locura... una mala acción... un crimen... porque, se lo juro por Dios y por la vida de mi hijo... que jamás ha sido para otra cosa que mi amigo.

Cuando me encontraba lejos de mi patria y mi imaginación veía la imagen de esta tierra, más poética sin duda cuanto más distante de ella me hallaba, compuse en honor de aquella casita los siguientes versos: Hay en mi tierra una árida montaña. Que no produce flores ni frutos, y aparece inclinada, sin duda por el dolor que le causa su estéril situación.

Querian conocer á su emperador, detenido en la estacion por algunos momentos para hacerles á sus fieles súbditos el raro honor de tomar un ligero refrigerio y dejarse contemplar un poco. Pues; su Majestad come á veces, cuando quiere probar su benevolencia. Qué bondad! qué bondad!

Los buenos tiradores concurren de todos los puntos de la Confederacion á disputarse los premios y el honor del triunfo, fraternizando siempre; y no pocas veces toman parte en la pacífica lucha algunos aficionados de Inglaterra, Francia, Italia y Alemania.

Pero amigo, en aquella ocasión usted no prometió por su honor; juró usted no poner allí los pies... todo Vetusta recuerda sus palabras de usted. Don Pompeyo sintió vapores en la cabeza al oír que todo Vetusta recordaba sus palabras. Pero insistió, aunque más débilmente cada vez, en su negativa. Foja guiñó el ojo al Marquesito. Empezó entonces este el ataque, y Guimarán no pudo resistir más.

Poco sueño tenían los del castillo aquella noche. Los extraños celebraban en su aposento sus conciliábulos animados; transmitíanse las opiniones de una pieza a otra. Los hombres discutían lo tocante al honor; las mujeres, excitadas y nerviosas, peroraban a media voz, enjugaban algunas lágrimas, y en su interior estaban contentísimas.

He soñado anoche continuó, que este legajo contiene la llave de mi tesoro español. Me dejará usted, pues, muy agradecida, no difiriendo su examen. Terminado este trabajo, me hará el honor de aceptar una comida modesta que pretendo ofrecerle bajo la sombra del pabellón de mi jardín. Me resigné, pues.

El honor, aquella quisicosa que andaba siempre en los versos que recitaba su marido, estaba a salvo; ya se sabe, no había que pensar en él; pero bueno sería que un hombre de tanta inteligencia como el Magistral la defendiera contra los ataques más o menos temibles del buen mozo, que tampoco era rana, que estaba demostrando mucho tacto, gran prudencia y lo que era peor, un interés verdadero por ella.

En cambio, si quiere entrar en la política, o si es aristócrata, se compra unos floretes, unas zapatillas y una careta y se inscribe en una academia de esgrima. En Inglaterra no existe el honor caballeresco, y en Barcelona, tampoco. Un barcelonés puede ser un hombre muy digno y hasta un hombre muy sinvergüenza sin necesidad ninguna de tener honor; pero no así un madrileño.