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Terminó la escena porque se movió gente en los pasadizos inmediatos y entró en la cocina una mujer de cierta edad, gris de pelo y gris también de envolturas de pies a cabeza, y con un farol en la mano, para decirnos con voz algo hombruna: Aqueyu ya está ayí. Y como «aqueyu» era mi equipaje, y «ayí» mi habitación.

Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala. ¡Es el ama...! ¡el ama! gritó Amparito con ingenua alegría. Pero inmediatamente se contuvo, ruborizada, como si hubiese cometido una terrible inconveniencia. Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo todo con sus chillones «¡buenos días!», una labradora gruesa y hombruna.

Claro es que esta turba hombruna llega, más que por el deleite artístico, atraída por el olor de la hembra; prefieren estos sátiros un grácil escorzo o la insinuación anfórica de la cadera a un nocturno de Chopín, y la línea de un busto bello a una melodía de Borodine... Y es posible que estos sátiros tengan razón.

Después se echó a perder, y se le puso la cara dura y hombruna, la voz ronca. Dicen que era el retrato vivo de Bonaparte, y efectivamente... Guillermina miró las láminas napoleónicas, y Fortunata también, reconociendo el parecido. Después la santa se despidió de Severiana, diciéndole que volvería al día siguiente. Le recomendó la paciencia, y tomando el brazo de la de Rubín, se fue con ella.

Esto demuestra la injusticia con que la mujer era mirada en aquellos tiempos nefastos de la tiranía hombruna, cuando se la consideraba apta únicamente para administrar una casa pequeña y cuidar los hijos. Al hombre corresponden ahora estas funciones secundarias. Reconozco, gentleman, que nuestro triunfo no ha sido del todo generoso.

-Di como quisieres -respondió don Quijote-; que, pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue. «Así que, señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho-, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo

Era Pascuala una mujer que formaba á su lado el contraste más violento que puede existir entre dos ejemplares de la familia humana. Era una moza vigorosa y hombruna, apacentada en los campos alcarreños, alta de pecho, ancha de caderas, de mejillas rojas, boca grande, nariz chica, frente estrecha, pelo recogido en un gran moño, color encendido, pesadas manos, ojos grandes y negros.

Era este el único vicio grave que las tías habían descubierto en la joven y ya se le había cortado de raíz. Cuando doña Anuncia topó en la mesilla de noche de Ana con un cuaderno de versos, un tintero y una pluma, manifestó igual asombro que si hubiera visto un rewólver, una baraja o una botella de aguardiente. Aquello era una cosa hombruna, un vicio de hombres vulgares, plebeyos.

Era la época de su gloria, durante la cual había cantado fuera de la tierra germánica las obras del más famoso de los maestros alemanes. El pequeño Karl, niño de gravedad hombruna, al ver a su madre en conversación con este desconocido, había olvidado el libro de estampas, marchando hacia ella para colocarse entre sus rodillas.

Juanita, a los diecisiete años, había espigado tanto, que era la moza más alta y más esbelta que había en el lugar. Algo de la sangre belicosa del oficial de Caballería se había infundido en ella, y la crianza libre y hombruna que había recibido había desarrollado su agilidad y sus bríos.