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Eran como los directores de ciertos Bancos, que charlan en el ventanillo de la caja, sonríen, remueven las llaves, infunden esperanzas, pero no hacen el más pequeño préstamo á crédito, ni el más leve anticipo sobre promesas lejanas. Las vírgenes locas iban á triunfar finalmente en su desesperada batalla con los hombres.

Componiendo esta obra, sólo quise describir los tormentos de dos hombres á quienes la ley hubiese autorizado á desposarse con la misma mujer. Continuamos hablando.

Por ser grandes hombres, no dejan de ser hombres, y de manifestarlo así en los errores, olvidos y defectos de sus obras. Summi enim sunt, homines tamen, decia Quintiliano.

Estas palabras, apenas dichas, le parecieron imprudentes. ¿Era ella quien las había pronunciado? Así hablaba Obdulia con los hombres; ¡pero ella, Ana!

Marcaban el número de perforaciones que los dos barrenadores harían en la piedra y la duración de la apuesta. Olvidaban las minas y el malestar de los obreros, para no pensar más que en este desafío de destreza y vigor. Era la apuesta más famosa de cuantas habían concertado aquellos hombres, en su afán de arriesgar al dinero que con tanta facilidad llegaba á sus manos.

Mat. 17. v. 2. 3. Y aquí fue donde le constituyó el Padre Supremo Inquisidor General de los Hombres, mandándonos que le oyéramos: Ipsum audite v. 5. ¿Y qué habíamos de oir sino aquella formidable voz y sentencia que tanto le hizo temer y pasmar al Profeta? Domine audivi auditionem tuam & timui Habac.

»...O lo ensucie el uso... ¡las cosas que dice uno de repente!... O lo roben los hombres... O... lo... ensucie... el... uso...» Buenos Aires inicia su despertar con roncos e incoherentes movimientos de dormido. Hacia el oriente la vaga y tenue coloración auroral frente a la que las sombras de la noche huyen como arreadas por las guías curvas de una amarillenta luna en su último menguante.

La gente se arremolinó hacia uno de los ángulos; las mujeres chillaban; los hombres se precipitaban para introducirse en el lugar de la gresca: por algunos momentos reinó espantosa confusión en el baile. El motivo era que un hombre, sorprendiendo á su mujer allí, la estaba dando de bofetadas.

Nuestro Tiburcio, que iba al lado de Damián de Goes, procuró consolarle diciendo de esta manera: No os apesadumbréis tanto, mi buen señor, por lo tremendos y feroces que suelen mostrarse en el día los hombres de esta península, engreídos por sus triunfos y por su predominio en la tierra.

Al sentir el ruido que hacían los peñascos saltando por encima de la maleza y los macizos de árboles, los atacantes se volvieron y quedáronse como petrificados, al principio; mas levantando los ojos hacia arriba y viendo que descendían sin cesar piedras y más piedras, y contemplando en lo alto unos espectros que iban y venían, alzaban los brazos, arrojaban proyectiles y volvían a comenzar la tarea, al ver a sus camaradas destrozados, pues había filas de quince o veinte hombres aniquilados de un solo golpe, un grito inmenso resonó en el valle de Charmes hasta el Falkenstein, y, a pesar de las imprecaciones de los jefes, no obstante el fuego de fusilería que comenzaba a derecha e izquierda, los alemanes iniciaron la desbandada para escapar a aquella horrible muerte.