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Un grito se alzó desde la orilla opuesta, mientras que la cabeza de un hombre y de un caballo se mostraban por algunos momentos sobre la batalladora corriente, para ser arrastrados luego fuera del río, por entre descuajados árboles y viscosas masas de lodo. El fuego se había extinguido en el hogar. La vela de la habitación interior espiraba, y en la puerta dieron un fuerte aldabonazo.

El color del gitano español, único tipo de esa raza que hasta ahora he visto, es semejante al de una pasta de café bruñida, por regla general, aunque algunos tienen una tinta mas oscura, Labios muy delgados, llenos de astucia y malicia, mirada rápida, movimientos fáciles, y en toda la persona un aire de tristeza profundamente concentrada; un no qué sombrío, algo que parece vacilar entre la indiferencia y el desden, el odio y el pesar: tales son sus rasgos. ¡Pobre raza, llena de cualidades enérgicas, que la Europa no ha pensado en educar y mejorar, sino en proscribir, condenándola á los vicios de la vida nómade! ¡Qué de misterios en esa extraña raza, perpetuándose sola al través de los siglos, como privada de la atmósfera común de la civilizacion, y sin patria ni hogar!

Godfrey, cuyos gustos eran esencialmente domésticos, había sido criado en una casa cuyo hogar no tenía sonrisas, y en la que los hábitos cotidianos no eran rígidos por la presencia del orden interior.

El ancho tejado negruzco baja en pendiente rápida; el alero sombrea el dintel de la puerta. Dentro, el piso está empedrado de menudos guijarros. En un ángulo hay un montón de leña; apoyadas en la pared yacen la horquilla, la escoba y la pala de rabera desmesurada. Una tapa de hierro cierra la boca del hogar; sobre la bóveda secan hacecillos de plantas olorosas y rotenes descortezados.

Su adolescencia y los días que llevaba de juventud se habían deslizado serenos en el seno del hogar, estudiando y coleccionando mariposas. Conocía la vida por los libros.

El niño lo vió, y estando dotado, como todos los niños, de una penetración muy rápida, no despegó los labios, de suerte que el regreso al hogar fué silencioso.

En fin, D. Manuel había tomado en aborrecimiento su domicilio, y estaba en él lo menos posible. La tranquilidad no existía para él más que en la oficina, donde no hacía más que fumar y recibir a los amigos, y en casa de alguno de estos, como Bringas, por ejemplo. ¡Oh!, ¡cuánto envidiaba la paz del hogar de D. Francisco y aquella dulce armonía entre los caracteres de uno y otro cónyuge!

Cuando el frío y la tiniebla la impelían hacia la luz, sus alas moribundas chocaban con los vidrios guardadores del fuego. Iba en busca de la ventana que refleja el rescoldo hospitalario del hogar, y tropezaba con la lente del faro, dura é insensible como un muro, acostumbrada á repeler la cólera de las tempestades.

Dijo que era andaluz, y que su desventura lo traía a tal punto que se hallaba sin pan ni hogar. Los vástagos de la hija de Pachacutec le acordaron de buen grado la hospitalidad que demandaba. Así transcurrieron pocos meses. La familia se ocupaba en la cría de ganado y en el comercio de lanas, sirviéndola el huésped muy útilmente.

Salvo el debido respeto, se había llevado la trampa el matrimonio cristiano, en cierto modo obra suya, y ya no quedaba rastro de hogar, sino una sentina de corrupción y pecado. A otra parte, pues, con la música. Sólo que.... Vaya, hay cosas más fáciles de pensar que de hacer en este mundo. Bien mirado, él era un extraño en aquella casa.