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El ardid amoroso que pensaba emplear Bozmediano era cosa muy común á principios del presente siglo, en que se conservaba aún la rigidez de los principios domésticos que habían hecho en tiempos anteriores una fortaleza de cada hogar.

En toda el Asia, en toda la Turquía de Europa, en Italia, en Grecia, en casi toda España, en Portugal, en la mayor parte de América; en la América tradicional por hábito, aunque sea social por instituciones que no han tenido tiempo de renovar la faz política; en todos esos pueblos enumerados la mujer pertenece al primer período: es egipcia; es la esclava del Faraon que se llama marido; familia, hogar; es la flor que se cria en el jardin para que la huela su amo.

La fisonomía de aquel hogar, trunco por la muerte de mi madre, no se borrará jamás de mi mente. Dormíamos con mi padre en la misma habitación.

Es un harén de moras civilizadas, un gineceo no oculto en la pudorosa sombra del hogar, sino descaradamente implantado en el sitio más público que darse puede.

Contemplé mi mesa vacía. Un montón de cenizas negras llenaba el hogar. Aquella destrucción de una parte de mismo, aquella total ruina de mis esfuerzos y de mi dicha me abatió bajo la incomparable sensación de la nada más completa. ¿Para qué sirvo, pues? exclamé.

Soy feliz en mi hogar, no entro ni salgo en la vida pública; ya no temo la invasión absorbente de la iglesia, cuya influencia deletérea... pero esa Petra me parece que me quiere dar un disgusto. Movimiento de sobresalto en Mesía. Explíquese usted. ¿Ha vuelto usted a las andadas?

En las postreras horas del crepúsculo, cuando respira todo paz y calma, y la tristeza reina en el ambiente oloroso a sampagas...; ese momento hermoso del sol que se desmaya, ocultando sus últimos fulgores en las cumbres lejanas, para dar paso a la plateada luna que en luces se desata; cuando pára el acento de las corrientes mansas, y de las ramas dormidas descansan sosegadas las mayas que anhelantes sólo sueñan en la pronta alborada para lanzar de nuevo por los aires la voz de su garganta; cuando parece que la gente toda el calor del hogar busca en sus casas, gusta en estas horas de quietud solemne mi fantasía alada de remontarse hasta el azul del cielo a regiones soñadas donde no existen viles opresores, ni pasiones funestas y malvadas.

El mundo parecía haber muerto durante la noche bajo el peso de la nieve. El humillo azul que se escapaba de las chimeneas era el único signo de vida. Maltrana dudó un instante. Sintió un repentino amor por el encierro, el afecto al hogar, que hacía que los hombres se ocultasen en sus casas.

Cabesang Tales miraba hácia el campo, y pensaba que con un solo brillante, quizás con el más pequeño, podía recobrar á su hija, conservar la casa y quizás labrarse otro campo... ¡Dios! que una de aquellas piedras valiese más que el hogar de un hombre, la seguridad de una joven, ¡la paz de un anciano en sus viejos días!

Mas ya que el individuo se aplica a realizar el concepto de ciudad, es decir, de un esquema, una estructura, con propósitos ideales, de la cual él no es sino subordinada partícula, surge la ciudad helénica, arquetipo de urbes, surgen la norma, el canon, la simetría, las calles soleadas, regulares y homogéneas, las viviendas civiles de hospitalario pórtico e inviolable hogar, los jardines, el mercado, el ágora, el templo armonioso, que no esa catedral bárbara y campanuda.