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Amaury dijo el doctor en tono solemne, abandonémonos a nuestro dolor y no dudemos de la eficacia de nuestra desesperación, porque eso sería demostrar que no es muy honda. No olvides, hijo mío, estas palabras, las últimas que he creído escuchar de labios de Magdalena: ¿A qué matarse, cuando la muerte viene por si sola?

Gómez mostrábase indignado por la torpeza de uno de los dos tiradores. ¡Hijo de una gran pulga!... ¡Si me llega a dar a ! Le brillaban los ojos de un modo alarmante sólo al pensar que aquella bala perdida hubiese podido tocarle. Llevábase instintivamente una mano a su cintura. El amigo Gómez había asistido al desafío llevando su revólver, por lo que pudiese ocurrir.

5 Lo demás de los hechos de Baasa, y las cosas que hizo, y su fortaleza, ¿no está todo escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel? 6 Y durmió Baasa con sus padres, y fue sepultado en Tirsa; y reinó en su lugar Ela su hijo.

Si hubiera tenido un hijo ... ¡mío! le hubiera adorado! ¡Cuántas veces he llorado de pena y de cólera al pasar por los jardines donde jugaban los niños á la vista de sus madres!... La envidia, el pesar me oprimían el corazón y achacaba la responsabilidad de mis torturas al que había desbaratado mis proyectos y destruído mi porvenir. ¡Y eres el que me acusa de no haber amado! ¡!

La de Candore quería seguramente para su hijo el brillante matrimonio que él tenía derecho a esperar, y corresponder a sus bondades introduciendo la perturbación en su casa era una verdadera falta de delicadeza. Olvídeme usted, amigo mío: olvide un momento de locura del que no tardaría usted en arrepentirse. Separémonos sin remordimientos, ya que no sin pesar.

Hijo de españoles; su padre comandante de nuestro Ejército. Dirige en Manila el hebdomadario ilustrado "Excelsior". No importa que la vida traidoramente hiera nuestras huérfanas almas con su terso puñal mientras haya en el mundo rosas de primavera y brille en los espacios el sol de un ideal.

Y describía á la princesa ideal, sin perdonar el detalle de sus trajes, sus carrozas y los galanes que mariposeaban en torno de ella. Un día, en un sarao de la corte, cuando más llamaba la atención por su hermosura y su elegancia, danzando con el hijo de otro rey, los cortesanos lanzaron un grito de horror.

¡Oh! ¿Qué haría yo, dice usted? repuso acercándose á con tal violencia, que pensé que me iba á saltar los ojos con su nariz, qué haría yo? Seguramente había de tirar mucho partido de esos elementos. Supongamos que soy la autora: ese joven pobre es muy hermoso, es moreno é interesante, un tipo meridional, tórrido, un hijo del desierto.

Pues bien, hijo mío, yo voy a hacer la comisión... Ven conmigo a esperar la contestación, si hay alguna. Y el señor de Maurescamp, seguido del muchacho, volvió sobre sus pasos, atravesó rápidamente el patio y entró en sus habitaciones.

Al salir de su casa dirigióse hacia los bosques de Carboneras: Ciertamente, con su intuición femenina, Miguelina Princetot había adivinado lo que pasaba en el corazón de su hijo; pero le atribuía al mismo tiempo miras ambiciosas que él no había tenido jamás.