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Aquí la niña del antojo lanzaba un suspiro, y las que la acompañaban decían en coro: ¡Jesús, hijita! ¿Sientes algo? Vaya usted prontito, hermano, a sacar la licencia. ¡No se embrome y tengamos aquí un trabajo! ¡Virgen de la Candelaria! ¡Corra usted, hombre, corra usted!

¿Yo...? Se lo mando a usted... Acuéstese usted al momento. No le fue a ella posible entonces librarse de un abrazo apretado, y en aquel segundo estrujón, oyó estas cariñosas palabras: «¿No vale más que nos expliquemos como buenos amigos? Hijita de mi alma, si te enfurruñas, no llegaremos a entendernos». Jacinta fue bruscamente desarmada.

Mira, estoy loca de contenta... y si quisieras.... ¿eh? Di que . Si quisiese.... ¿Se te antoja algo más? No, hijita, basta por hoy, basta. No, nada de compras... pero esta noche... quería ir al concierto a lucir el espejo... mira , ni las de Amézaga ni esa jamona de Luisa Natal lo tienen... ni sabían que en Vichy lo hubiese... van a quedarse de una pieza... anda, Periquín; que , ¿verdad?

Es cierto, señor cura; pero os afirmo que un cura no entiende nada de todo esto. Ni tampoco Reina de Lavalle. Luego iré a darte lección, hijita. Así terminó la discusión más grave que he sostenido con mi cura. Entretanto pasaban los días y los días y como Pablo de Couprat no volviera, mi sistema nervioso se conmovió y dio muestras de una irritabilidad de mal augurio.

Y echándose a reír, añadió: Nada, hijita, le doy a usted calabazas.... ¿no contaba con mis veleidades, eh? ¿No contaba usted con las coqueterías del viejo? Y al decir esto abrió los brazos, derramó una lágrima, y riendo siempre, estrechó a Sola contra su corazón, en el cual se desbordaban los afectos más puros. Venga acá, hija de mi corazón exclamó , venga acá y abráceme también.

Y no es que hagamos un papel aprendido, no; es que serás verdaderamente para , de aquí en adelante, como una hijita, y yo seré para ti un verdadero papaíto. Lo digo con toda mi alma. Yo no soy aquel; yo me moriré pronto, y... Viéndole que se conmovía, la chulita no pudo aguantar más, y soltó el trapo a llorar.

¿Quieres que te saque al patio a jugar con tus hermanitos? le decía. No, mamá contestaba Lita, preguntando al rato: Mamá, ¿las hadas pueden lo que los médicos no pueden? La mamá miraba a Lita como si fuera a llorar, y le decía, besándola en los ojos y bañándole la carita con sus lágrimas: Dios puede todo lo que quiere, mi hijita del alma... ¿Por qué me preguntas eso? Por nada, mamá.

Pero, ¿y su hijita de sus entrañas? Cuando Belarmino decía entre «hija de mis entrañas», la frase adquiría casi sentido literal. Cuando abrazaba y besaba a su hija, o la miraba en adoración, o pensaba en ella, sentíase más madre que padre. Lo cierto es que Angustias no era hija de Belarmino, sino de una hermana suya que, a poco de morírsele el marido, murió ella de sobreparto.

¡Pobre viejo! En las noches de soledad para él hacía traer a su lado la cuna de su hijita y junto a ella, cubierto de franelas y algodones, materialmente embutido en el hogar de la chimenea, pasaba las horas contemplando el rostro de aquel ángel que le brindaba sus primeras sonrisas y balbuceos. ¡Cuánta semejanza entre los niños y los viejos!

Me dice que es necesario rehacer la fortuna; que hemos de volver a ser tan ricos como antes. Hijita, casi nos fundimos del todo. Cuando la especulación, se metió a comprar cosas. En la Pampa, en Mendoza, en Río Negro, en las provincias, en todas partes compraba leguas y leguas con dinero de los Bancos. Y no quería vender nada. Todo iba a valer tanto y cuanto; todo iba a subir a las nubes.