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Las emociones de aquellos breves instantes, en que estuvo contemplando la figura contrahecha del viejo Rogerio, arrojaron una luz en el espíritu de Ester, revelando muchas cosas de que, de otro modo, ella misma no se habría dado cuenta. Una vez que el médico hubo desaparecido, llamó á su hijita. ¡Perla! ¡Perlita! ¿dónde estás?

Y raro era el día en que el padre no la dijera: Hijita, vas a ponerme en limpio ese manuscrito que está sobre la mesa del escritorio; tu letra es más clara que la de Jacinto, y no echas borrones, ni haces raspaduras. A todos atendía Susana, y todo lo ejecutaba a maravilla. Y en el salón, en el escritorio, en el tocador y en la cocina, siempre era la misma, dispuesta y viva, amable y afectuosa.

que mi hijita de cuatro años me recitaba, era nada menos que del inmortal autor del canto al «¡Niágara!». Más de una vez, al pasar, había admirado la maravillosa facilidad de esas composiciones puras y cándidas como los espíritus angelicales que debían entretener; más de una vez pensé vagamente en el caudal de ternura que debía existir en el alma de ese dulce y familiar poeta anónimo, iluminando, desde la sombra, millares de rostros infantiles, era Pombo, era uno de los más grandes poetas que hayan escrito en español...

Por otra parte, tengo por seguro que sólo los tontos, los farsantes y las personas sin corazón pueden tener la pretensión de no sacrificar jamás las leyes de la conveniencia social ante un sentimiento sincero y profundo. La vida es un harapo, mi cura, un mísero harapo exclamé sollozando. ¿Hemos llegado a eso, querida hijita? De veras, ¿has llegado ya a tal conclusión? No, no; no es posible.

En seguida me preguntó qué asunto iba yo a elegir para mi curso de este año, marcando así que la cuestión de mi matrimonio le parecía agotada. Iba a exponerle mis ideas sobre este asunto y a pedirle consejos, cuando entró Elena muy sonriente y más bonita que nunca. Aquí tenemos a mi hijita, dijo Lacante atrayéndola hacia él y con una inflexión de ternura que me conmovió.

Eres peor que los chiquillos. Mira, hijita, cordera; cuando venga La Correspondencia, me la leerás. Tengo ganas de saber cómo se desenvuelve Salmerón. Luego me leerás La

«Hijita querida: ¿Qué significa el tono de tus últimas cartas? Hace tres semanas parecías tan feliz en medio de la gloria y la alegría de tus éxitos sociales. No, no, Reinita, la felicidad no es un mito, y será tu herencia; pero en este momento la imaginación te domina, te ofusca, y por consiguiente, impídete ver con claridad. No has seguido mi consejo, Reina; has abusado de tus fogatas, ¿verdad?

Harás una vida tan nueva para ti, tan llena de distracciones que no cuento mucho con tu exactitud. Juan había detenido el carricoche y nos aguardaba. Era preciso partir. Llorando con toda mi alma tomé las manos del cura y exclamé: Señor cura, la vida tiene momentos bastante malos. Eso pasará, pasará respondió con voz entrecortada. Adiós, mi hijita querida; no me olvides y precávete, precávete...

Pero por verso privado de aquel esparcimiento, no gustaba que los demás se privasen, y con frecuencia instaba a su mujer para que saliese a tomar el aire. «Hijita, no qué me da de verte encerrada en esta cazuela. Yo no siento el calor; pero que no cesas de andar de aquí para allí, estarás abrasada.

¿Qué tal, hijita mía le dijo Fernanda pasándole la mano por la cara, te diviertes? Ah, mucho, mucho, mamá replicole Blanca. ¿Y usted, señor don Benito?... Sabe que tengo que darle las gracias por el compañero. Es un maestro; baila el vals admirablemente... ¿Nada más que el vals? preguntó con sorna don Benito. ¡Oh, nada más! Ninguna mujer chic baila otra cosa... ¿No es verdad, mamá?