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Estos potentados de la ciencia no se mueven de su casa más que para visitar a príncipes o gente de muchísimo dinero. Te digo que vendrá. Voy abajo. Su Majestad le pondrá cuatro letras... Eso me parece acertadísimo. Y si la Señora quiere añadir que se trata de un pobre... mejor que mejor. Dios te bendiga, hijita.

Por cierto añadí, con temblorosa voz, he sido bien tonta en fatigarme para estudiar mi lección y haceros admirar a Francisco I. Mi buena hijita díjome por fin, recobrando su seriedad y empleando su expresión favorita cuando estaba contento de mi, lo que me extrañó mucho, mi buena hijita, no sabía que profesaras tal admiración por las personas que practican la caridad.

Ya sabes que tenemos buena casa y bastantes comodidades, aunque sin lujo, porque, hijita, hemos venido a trabajar, a ver si nos rehacemos de los disparates cometidos, que ¡ay! no han sido pocos. Mi vida en «Los Carpinchos» trascurre dulcemente. Al principio me aplanaba esta soledad; me aburría como una ostra, como dice nuestro noble amigo, o nuestro amigo el noble.

Su mujer, justo es decirlo, tenía la cabeza loca con tal tarabilla. «Hijita, oye lo que te digo... Si vamos al fin a esos condenados baños, te arreglarás con los vestidos que tienes. Los mudas, los cambias, le quitas a uno una cosa para ponérsela a otro... y como nuevo. Todas dirán que te los ha mandado Worth.

Su fisonomía era tan bondadosa y benévola, que me recordó la de mi cura, aunque no hubiera entre ellas verdadera semejanza. Inmediatamente me sentí atraída hacia él y comprendí también que la simpatía era recíproca. Una parientita, de quien ya he oído hablarme dijo, tomándome las manos: deja que te bese, hijita, he sido muy amigo de tu padre.

Yo le decía que hiciera como los demás; pero ¡qué esperanza! Siempre me respondía lo mismo: «Ante todo el deber, Petrona». Claro que el deber es el deber; pero también quedarse medio fundidos cuando los demás, hijita, hacen lo que hacen, tratando de salvarse, aunque haya que clavar a medio mundo... No te apures, Petrona; todo se ha de arreglar. Hijita, no cómo.

Muy bien, señora; ahora lo que debo hacer, y veo claramente que si no he tomado antes una determinación, ha sido por el placer egoísta de ver constantemente a mi Reinita. El cura hallome en la avenida, completamente desconsolada. ¿Pero es posible, señor cura?... Echado a la calle por ... ¿Qué va a ser de nosotros, si no nos vemos más? Qué ¿has oído la discusión, hijita?

Los defectos brillaban por su ausencia. Mi hijita querida me dijo después de un largo silencio, ¿no te olvidarás de tu viejo cura? Jamás, jamás respondile con vehemencia. No debes tampoco olvidar mis consejos. Desconfía de tu imaginación, Reinita.

Además, no se necesita mucha plata para que el gobierno algunas fiestas en que las señoras podamos divertirnos, murmurar algo, chismear un poquito y enterarnos de cómo andan las cosas de los políticos, hablar con ellos, que son, hijita, más chismosos que nosotras. La presidencia se debió inaugurar con un gran baile.

Pero, así que misia Casilda se levantó, en medio de un silencio más largo que los otros intervalos de la conversación desganada, que habían sostenido con la punta de los labios, Susana se abrazó a ella, suplicándola no se marchara todavía. Aquí estoy molestando, hijita, estáis muy ocupadas... La de Esteven, de pie, no decía nada.