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7 Velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado. 8 Cada día me afrentan mis enemigos; los que se enfurecen contra , se han conjurado contra . 9 Por lo cual como la ceniza a manera de pan, y mi bebida mezclo con lloro, 10 a causa de tu enojo y de tu ira; porque me alzaste, y me arrojaste. 11 Mis días son como la sombra que se va; y me he secado como la hierba.

1 Escuchad, cielos, y hablaré; y oiga la tierra los dichos de mi boca. 2 Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi dicho; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba. 3 Porque el Nombre del SE

5 y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque el SE

Cuando cayó la pieza, el oficinista dijo á Rojas: Hemos ganado, don Carlos, y podemos elegir el sitio. El marqués, que había traído bajo un brazo su célebre caja de pistolas, la dejó abierta sobre la hierba. Cargó las dos armas con minuciosa lentitud, sacando á luz de nuevo la misma moneda para que el azar decidiese por segunda vez.

El borde de piedra del estanque estaba semiderruido, y las gruesas bolas de granito que lo guarnecían andaban rodando por la hierba, verdosas de musgo, esparcidas aquí y acullá como gigantescos proyectiles en algún desierto campo de batalla.

Hierba le hicieron comer, como a buey, y su cuerpo fue bañado con el rocío del cielo, hasta que conoció que el Altísimo Dios se enseñorea del reino de los hombres, y que pondrá sobre él al que quisiere. 22 Y , su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto;

Pues á ello; ¡eh! , Rosaura, sube esa carga. Una mujer subió hasta la mitad de la escalera de mano; desde allí entregó su carga á Pedro, que después de desatarla comenzó á tomar grandes brazados de hierba y á arrojarlos con fuerza hacia el sitio donde se hallaba la condesa, que á su vez la tomaba también y la iba esparciendo convenientemente.

Todo su vigor y su energía, toda su fuerza vital é intelectual, parecieron abandonarle de una vez, hasta el extremo de que realmente se consumió, se arrugó, y hasta desapareció de la vista de los mortales, como una hierba arrancada de raíz que se seca á los rayos ardientes del sol.

Encontraba en ella un recuerdo de las plazoletas de Florencia, rodeadas de mansiones señoriales, cerradas e imponentes, con su pavimento de guijarros ardientes por el sol, entre los cuales crece la hierba y que despiertan de su modorra al paso tardo de una mujer, de un cura o un viajero, repitiendo sus pisadas cuando ya están lejos.

Señores, dijo el conde levantándose, es lástima que estemos encerrados en casa en un día tan hermoso. Vamos á dar una vuelta por la pomarada. Tengo ya deseos de pisar hierba y verme debajo de los árboles. Los circunstantes se levantaron. La condesa apareció en aquel momento por la puerta del gabinete.