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Yo decía con unos empujoncillos de risa: ¡Gentil bergantón! ¡Hideputa pícaro! Y por de dentro considere el pío lector lo que sentiría mi gallofería. Estaba, aunque lo disimulaba, como en brasas. Tratamos de venirnos al lugar. Yo y los otros dos nos despedimos y don Diego se entró con ellas en el coche.

Respondió él riendo: "¡Hideputa!" Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre : "¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a mesmos!"

Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de , digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho!

Yo topé un rosario y sarta de gente mohína y desdichada, y hice con ellos lo que mi religión me pide, y lo demás allá se avenga; y a quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un hideputa y mal nacido; y esto le haré conocer con mi espada, donde más largamente se contiene.

-Bien la conozco -dijo Sancho-, y decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz!

¡Crueldad notoria! -dijo Sancho-. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa!

Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo: ¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico! ¿Veis ahí -dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho-, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?

-Dichosa buscada y dichoso hallazgo -dijo a esta sazón Sancho Panza-, y más si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice; que matará si él le encuentra, si ya no fuese fantasma, que contra las fantasmas no tiene mi señor poder alguno.

Ella pelea en , y vence en , y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

Yo que me vi así, y rodeado de niños que se habían llegado, y delante de mi señora, empecé a decir: ¡Oh, hideputa! ¡No fuérades vos valenzuela! Estas temeridades me han de acabar. Habíanme dicho las mañas y quise porfiar con él. Traía el lacayo ya el caballo, que se paró luego. Yo torné a subir; y al ruido se había asomado don Diego Coronel, que vivía en la misma casa de sus primas.