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Inspeccionó la mesa con aire alegre, tomó la sopa sin cesar de hablar, felicitó a Susana por su cocina y lanzó verdaderos gritos de júbilo a la aparición del pavo. Es preciso convenir, señor cura dijo, que la vida es una dulce invención y que Heráclito era un estúpido de marca mayor. No hablemos mal de los filósofos respondió el cura, suelen tener algo bueno.

Prueba no desfavorable de la crítica de este tiempo, nos ofrece El Heráclito y Demócrito de nuestro siglo, por Antonio López de Vega: Madrid, 1641. Llora, i rie, en una misma ocasion. Introduze lo jocoso muchas veces en el paso de suspension, que moviendo á risa, disminuye, i aun, desvanece el efecto, que era del intento.

Usted es, señor cura, la benevolencia en persona. En cuanto a mi, si fuera gobierno, soltaría a los locos y en su lugar encerraría a los filósofos, teniendo cuidado de no aislar los unos de los otros, para que así pudieran devorarse mejor. ¿Quién es Heráclito? preguntó mi tía. Un imbécil, señora, que pasaba su tiempo en lloriquear. ¿Puede darse ¡Dios mío! una cosa más ridícula?

Un fuego esparcido por la naturaleza lo consume y lo renueva sin cesar. «Todo corre, todo marcha, nada se detiene dice Heráclito. No se baja dos veces por el mismo ríoEn vano es que nuestras débiles manos quieran detener la rueda de la vida. Pasaron los griegos, pasaron los romanos y pasaremos nosotros... Hace ya tiempo que siento el ruido de la ola que nos ha de arrebatar.