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Cuando el plancton, á impulsos del azar ó siguiendo misteriosas atracciones se iba aglomerando en un punto determinado del litoral, las aguas hervían en peces con asombrosa fecundidad.

Al verse tan bien servido por la pluma del secretario, Martínez, cuando no estaba de operaciones, sentía la necesidad de convertir en leyes todas las ideas simples y nuevas para él que hervían en su cerebro. Sandoval, vamos á escribir media docena de decretos decía después de las comidas, como si esto suavizase su digestión.

Esto es lo que a las claras me sugería el infierno; esto es lo que sólo me confesaba yo a propio; pero, allá en el fondo de mi contaminado espíritu bullían otras ideas, hervían otros propósitos, como nido de víboras cubierto de hierbas medicinales.

En su fiebre se quedó aletargado, y en su letargo le pareció que de su cabeza brotaban llamas vivísimas que no podía sofocar, y que sus sesos hervían como un metal derretido. #La voz interior#. Aquel muchacho era sumamente impresionable, nervioso, de temperamento ideal, dispuesto á vivir siempre de lo imaginario.

Sus padres ricos no se habían cuidado de educarlo bien, y no pudo poner en palabras las ideas que le hervían en la mente. Estudió, viajó, vivió sin orden, se enamoró con frenesí. Su amada no lo quiso y él resolvió morir, pero un criado le salvó la vida.

Sentados en los mullidos sillones del salón, encontrábanse como en la gloria, sacando hacia fuera los rellenos vientres, que hervían como calderas al fuego de la digestión, y sintiendo subir al cerebro un humillo tenue que al pasar por los ojos tomaba un delicioso tinte rosa. Don Juan dábase cariñosas palmaditas en el vientre.

El sol, rojo y recortado cual enorme oblea, trazaba sobre el mar un triángulo de fuego y las aguas hervían como si reflejasen un incendio. Antonio empuñaba el timón, el compañero estaba junto al mástil y el chicuelo en la proa explorando el mar. De la popa y las bordas pendían cabelleras de hilos que arrastraban sus cebos dentro del agua.

La otra criada de la casa, que la echaba de sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella, volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que hervían sobre los fogones del banco.

El de Soledad era negro bordado en rojo, el de Paca amarillo con flores negras, el de María-Manuela rojo y blanco, el de la madrina blanco y verde. Las calles hervían de gente cuando la comitiva se puso en marcha atravesando al medio la ciudad por mayor gala.

Juan dio una respuesta evasiva, y permaneció solo, quebrantado por la emoción, incapaz de dominar los pensamientos confusos, felices y angustiosos que hervían en su mente. ¿No era un sueño lo que acababa de oír?