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Brusélas, capital al mismo tiempo de la provincia de Brabante, ocupa una posicion pintoresca, demorando á orillas de un riachuelo, sobre el ancho lomo, las faldas y el pié de una colina notablemente elevada, en el centro de una llanura. Algunas colinas cierran el horizonte por un lado, y el vasto panorama que rodea la ciudad no carece de interes y hermosura.

No podía verla sin lanzar un chorro de alabanzas a su hermosura y gallardía. Pero esto no alarmaba a la moza, acostumbrada al estallido ruidoso de la galantería de la tierra. Gracias, Luis decía riendo. ¡Y qué requetegrasioso está el señorito!... Si sigues así me voy a enamorá y acabaremos por escaparnos juntos.

Un poco de debilidad, un pequeño desequilibrio nervioso nos hace ver el mundo como un pozo; pero descansamos, nos fortalecemos y el mundo vuelve a ser el mismo, un venero de goces para quien posee hermosura, dinero y un carácter jovial y feliz como ella... Era ya tarde.

Esa tarde, como nunca, su belleza surgía pálida y sensual, de la suntuosa quietud de la sala iluminada. Tan brusca fué la sacudida, que me hallé sentado en el diván, mirándola. ¡Diez y ocho años... y con esa hermosura! Ella me vió llegar sin hacer un movimiento, y al inclinarme me miró con fría extrañeza. ... murmuré.

No tenía más compañía que la de Papitos, que se escapaba de la cocina para ponerse al lado de la señorita, cuya hermosura admiraba tanto. El peinado era la principal causa de la estupefacción de la chiquilla, y habría dado esta un dedo de la mano por poder imitarlo.

Al verle, todo aquel valor homérico de que dio pruebas en la altura, se trocó en llanto de desconsuelo, cosa natural en chicos, cuya rabia se deshiela en lágrimas, y haciendo pucheros que desfiguraban su hermosura, exclamó: «Picos..., mi sombrero... Yo soy Plim.». En vez de llorar, el desvergonzado Zarapicos se echó a reír como un sátiro.

Y sin embargo, ella estaba bien convencida, y no le faltaba razón, de que podía brillar en cualquier parte. Su hermosura y la viva y graciosa imaginación de que estaba dotada, la hubieran hecho notar inmediatamente en la sociedad más distinguida.

Don Pablo se exaltaba al recordar la hermosura de la fiesta; le brillaban los ojos, humedecidos por la emoción, y aspiraba el aire como si aún percibiera el olor de la cera y del incienso, el perfume de las flores que su jardinero había puesto en el altar. ¡Y qué bien se siente el alma después de una fiesta así! añadió con delectación.

Salió la corta edad de la muchacha, su delicada salud, y hasta su poca hermosura alegó el padre, sazonando la observación con alusiones no muy reservadas al buen palmito de Rita y al mal gusto de no preferirla.

Todo había terminado: ni hermosura, ni gloria, ni siquiera salud le guardaba el porvenir. Soy vieja a la edad en que otras mujeres empiezan el verano de su vida. Los años han caído sobre de golpe: llevo el peso de los míos y los de las otras que son felices... Las desgraciadas cargamos con nuestra edad y las edades de las que siendo dichosas prolongan su juventud.